El libro de los Salmos canta la excelencia de la música: “¡Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa”. Y san Pablo exhorta: “Cantad y tocad con toda el alma para el Señor”. También la tradición viva de la Iglesia testimonia el aprecio por la música; una estima que brota de la fe. Recordemos un texto de san Agustín: “Cuando recuerdo las lágrimas que derramé con los cánticos de la Iglesia, y lo que ahora me conmuevo cuando se cantan con voz clara y modulación convenientísima, reconozco de nuevo la gran utilidad de esta costumbre. Apruebo la costumbre de cantar en la Iglesia, a fin de que el espíritu se despierte con el deleite del oído”. El espíritu y la sensibilidad no pueden ser separados en una religión que tiene como fundamento la Encarnación, el hacerse hombre del Hijo de Dios.

Se dice, con razón, que la afinidad entre las artes y la religión –y, en nuestro contexto, entre las artes y el cristianismo– constituye un hecho reconocido y estudiado por los grandes pensadores. No puedo resumir en poco espacio la historia del pensamiento al respecto. Me conformo con evocar un recuerdo personal: la participación en las XIII Jornadas de Teología fundamental, desarrolladas en Barcelona del 7 al 9 de junio de 2007, con el título “Belleza y Teología fundamental”. Se trató de unos días de reflexión en los que el binomio “música y fe” estuvo muy presente. Baste evocar las tres principales ponencias. La primera, desde una perspectiva filosófica, corrió a cargo de Eugenio Trías: “Arte y belleza en la frontera de lo racional”. La segunda, desde un horizonte artístico-teológico, le correspondió a Jordi-Agustí Piqué: “Música y teología”. La tercera ponencia, desde la óptica teológico-fundamental, a Elmar Salmann, “El trasfondo ‘irracional’ de las razones de la fe”.

En el fondo de las tres ponencias se podía captar la necesidad de atender a la razón fronteriza, que limita con la sensibilidad, con las emociones y con las pasiones. La música desempeña este papel mediador, puesto que traspasa los umbrales de la conciencia, a la vez que muestra afinidad con las matemáticas o con la astronomía. También la fe se mueve en este terreno, el de la razón simbólica –o sacramental–, que incluye el logos –la razón–, pero sin separarlo de la estética, de los sentidos, de la percepción e incluso de la imaginación.

Para un católico, entre las referencias básicas de su fe, además de la Escritura y de la tradición, está el oficio del magisterio de la Iglesia, confiado al papa y a los obispos, cuya misión es interpretar, con la autoridad derivada de Cristo, la Palabra de Dios, transmitida en la Escritura unida a la tradición. Desde 1903, fecha de un importante “motu proprio” de san Pío X, el magisterio de la Iglesia ha publicado 253 documentos sobre música. Un número tan elevado de textos indica la relevancia que el magisterio eclesial reconoce a la música, profundamente vinculada a la liturgia y a la teología. Estos documentos son recogidos en la obra “Cantate Domino. Antología de documentos de la Iglesia sobre música desde 1903” que ha publicado la Comisión Episcopal para la Liturgia de la Conferencia Episcopal Española (Madrid 2021).

Óscar Valado Domínguez (Vigo 1981), sacerdote de la archidiócesis de Santiago de Compostela, músico y doctor en Teología, es el director de esta antología. Valado, estudioso de García Morente, ha contribuido con diversas publicaciones al estudio de la relación entre música y fe (tanto desde la perspectiva litúrgica como teológica). Con esta Antología hace una aportación de primer nivel. Los documentos de cada pontificado –desde el de san Pío X al de Francisco– son contextualizados con la ayuda de sendas introducciones escritas por diversos especialistas (entre ellos, Daniel Goberna Sanromán, prefecto de música de la catedral de Tui; el ya fallecido musicólogo José López Calo; y el organista de la catedral compostelana, Manuel J. Cela Folgueiras). Unos cuidados índices completan el volumen.

Como ha dicho el papa Francisco, la música sacra ayuda “a la asamblea litúrgica y al pueblo de Dios a percibir y participar, con todos los sentidos, físicos y espirituales, en el misterio de Dios. La música sacra y el canto litúrgico tienen la tarea de donarse en el sentido de la gloria de Dios, de su belleza, de su santidad que nos envuelve como una nube luminosa”.