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Xaime Fandiño

LA ACERA VOLADA

Xaime Fandiño

El secuestro de la música tradicional

Cuando éramos jóvenes, muchos de nosotros tuvimos la suerte de engancharnos a aquella locura de la beatlemanía de modo que, por obra y gracia de esa militancia musical con raíz en Inglaterra, quedamos excluidos de cualquier afiliación a los movimientos juveniles que operaban dentro del régimen, como el Frente de Juventudes o la OJE (Organización Juvenil Española).

Así, vacunados contra aquella retahíla casposa, por obra y gracia del rock and roll, cuando entramos en la pubertad algunos tomamos un rumbo bastante outsider, respecto a muchos de los compañeros de las pandillas de la niñez y buscamos en la pubertad fuera del entorno más próximo. Nuevos colegas, afinidades e ilusiones.

En ese momento la música tradicional, estaba secuestrada por el régimen y a algunos, todo lo que nos sonaba a gaita, pandereta o tamboril, lo sentíamos como algo que poco tenía que ver con nuestra generación. La furia de una guitarra electrificada, aunque fuera enchufada al phono de un receptor de radio, nos hacía volar y soñar con ese mundo idealizado que nos llegaba de extramuros.

Había varios lugares en la ciudad que albergaban actividades relacionadas con aquellas organizaciones del régimen. Muy cerca del edificio del concello de la ciudad situado en la Plaza de la Constitución, cuando aún no se construyera la mole municipal en el Campo de Granada, y concretamente en la calle Joaquín Yáñez en los locales donde se asienta hoy la biblioteca pública Juan Compañel, estaba ubicada la sede de Coros y Danzas. Allí ensayaban las principales formaciones de música tradicional de la ciudad. Cuando pasabas por la calle podías escuchar las gaitas acompañadas del ritmo enérgico y preciso del gran panderetista Polo. Recuerdo también que había una niña de nuestra edad, hija de los dueños de la confitería Pereiro, ubicada muy cerca de ese lugar junto a la tienda anticuaria Arte, que actuaba en las representaciones de la formación con otro niño como pareja de baile y con el cuadro de danza adulto.

En otro local situado en la calle García Barbón cerca de la iglesia Santiago de Vigo, en el edificio que llamábamos de los trece pisos, estaba instalada la unidad de la Sección Femenina. En esa misma calle, frente a la Escuela de Artes y Oficios, donada a la ciudad por el benefactor que da nombre a la avenida y lugar donde se formaron muchos de nuestros padres, convertida en los setenta en la sede de la Universidad Popular, había también un pequeño local que albergaba una unidad, creo que relacionada con la OJE. Se encontraba en el bajo de un edificio que hacía esquina a un callejón ciego que bajaba por detrás del Fraga haciendo una especie de “L”. Allí en la actualidad hay una plaza con salida a República Argentina que nada tiene que ver con el aspecto de la ubicación de antaño. Al final de una pequeña cuesta sin salida había un bar, el Rías Baixas a donde de niño, algunos fines de semana íbamos a merendar toda la familia. Entre sus especialidades estaba el pulpo. Recuerdo que para servir el manjar en su punto, una vez sazonado, calentaban el octopus sobre el plato de madera dándole vapor con la perilla de la cafetera. Este modo de combustión original, que no he visto en ningún otro lugar, les permitía que, una vez cocido el pulpo en el pote de cobre, no tuvieran que estar recalentando el producto durante toda la jornada y por lo tanto que se ablandara en demasía Pues volviendo al tema de ese pequeño local de la OJE situado en la calle de arriba, recuerdo que en una ocasión asistí allí a una charla del Club Ciclista Vigués. Intentaban captar niños interesados en el ciclismo y a mi ese deporte, aunque no tenía bicicleta, me tenía fascinado. En la mesa estaban Lalo Vázquez Gil y Delio Rodríguez el ciclista de Ponteareas ganador de la Vuelta a España de 1945. En aquel momento ya no estaba en activo como deportista y a mis ojos infantiles me pareció un señor mayor. Delio tenía una magnífica tienda de bicicletas que llevaba su nombre al final de Colón, muy cerca de la Alameda. En esa reunión nos contaron anécdotas y particularidades sobre el ciclismo. No recuerdo en que quedó la cosa pero, aparte de correr durante una época en la Sociedad Atlética Viguesa, no me vi nunca compitiendo sentado sobre una bicicleta. A Lalo Vázquez Gil, que posteriormente en la etapa democrática llegó a ser el Cronista Oficial de la Ciudad, me lo encontré de nuevo como profesor de la asignatura denominada Formación del Espíritu Nacional cuando cursé quinto de bachillerato en el instituto de Coya.

En los últimos estertores del franquismo la cosa se empezó a relajar un poco de modo que, llegado un momento algunos de estos espacios se comenzaron a abrir a otras iniciativas tales como a ser utilizados como local de ensayo por algunas bandas locales o, como sucedió con el local de la OJE de la calle Carral, que estaba situado un par de portales más abajo de la peluquería de “el francés”, donde se instaló un grupo de teatro denominado Artello del que, entre otros, formaban parte: Morris, Rosa Álvarez o Ernesto Chao (el Miro Pereira de Platos Combinados). Con ellos en ese local también estaba María Costas. Allí mismo la convencí un día para que hiciera su incursión en la música y se viniera para el grupo Colores.

El logotipo de Artello, que consistía en un pantalón de arlequín colgado de un tendal con unas pinzas, se lo diseñamos desde un estudio que montamos Chimay y yo en un pequeño local de las galerías de Marqués de Valladares. En ese mismo lugar de oficinas, años más tarde armaríamos con Bibiano la sede del Sindicato Galego da Música, que fue legalizado en 1.978. Un bastión defensivo y reivindicativo que se situaba de frente al modelo vertical que había operado durante toda la dictadura. Fue precisamente en la primera reunión de músicos de toda Galicia, organizada por ese sindicato recién creado, durante una comida multitudinaria, si mi memoria no me falla pienso que tuvo lugar en el convento de San Francisco de Santiago de Compostela, donde nos encontramos por primera vez más allá de los escenarios músicos de toda la comunidad y de todos los estilos. Hubo intervenciones de diferentes personas que representaban a colectivos específicos. Allí fue cuando escuché por primera vez, en boca de Rodrigo Romaní, una emotiva reivindicación que tenía como soporte argumental la defensa de la música tradicional. Hasta ese momento, quizá fruto de la incautación de aquella música del pueblo a nuestra generación por parte del régimen, no había reflexionado nunca sobre el poder, la autenticidad y la huella etnográfica que albergaba la tradición sonora de Galicia. Para muchos de nosotros el trío de gaiteiros era prácticamente algo colateral hasta que formaciones militantes como Faíscas do Xiabre, así como su posterior evolución natural hacia Milladoiro consiguieron, desde un planteamiento estético-escénico, conceptual y reivindicativo de lo propio, pero sin perder su esencia, transformar la música autóctona en un acto artístico-cultural con capacidad de querencia y transmisión intergeneracional.

En aquel momento comprendí que, si bien el régimen había secuestrado, lobotomizado e intentado rentabilizar para su propio interés la expresión artística autóctona del país, dígase la danza y la música tradicional, era imposible poner puertas al campo y el tiempo suele conducir las cosas a su lugar de origen, en este caso al acerbo popular.

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