No necesitábamos que las cifras oficiales lo confirmaran. Desde hace meses el depósito del coche, el recibo de la luz o la barra de pan anunciaban lo que ahora confirman las estadísticas: los precios se disparan. Sobran las razones: por un lado el incremento de costes (petróleo, gas o derechos de carbono) y por otro, la escasez (microchips o adosados con jardín). Para cerrar el círculo infernal, la demanda presiona y consecuencia de ello, los precios suben en espiral. Rodrigo Rato lo explicó de modo tan inapelable como chuleta: “Es el mercado, amigo”.

Cierto es que los bancos centrales hace años que recomiendan alzas moderadas en los precios, pretendiendo con ello reactivar la economía por la vía de incentivar a la oferta, en concreto a ampliar instalaciones, producir más y crear nuevos empleos, pero los mercados son muy suyos y aunque Adam Smith los considerara sabios, lo cierto es que donde los precios debieran subir el 2% lo hacen ya al 3,3% en tasa interanual, un 60% más.

Y mientras tanto, el gobierno se resigna a ver el río correr: los precios de la luz, intocables; los alquileres, libres y los combustibles, un galimatías sin pronto remedio. El Nobel de Economía, Paul Samuelson, advertía que “una característica clave de las inflaciones modernas es el hecho de que adquieren inercia propia y es difícil detenerlas una vez que han comenzado”. No estamos, no, en aquella pavorosa situación de Alemania hace ahora cien años, donde una barra de pan llegaba a costar 10 mil millones de marcos, pero muchos de los todavía aquí presentes recordamos la inflación de dos dígitos y la pérdida de capacidad adquisitiva que aquella supuso para los pequeños ahorradores y los trabajadores con salarios no referenciados al Índice de Precios de Consumo (IPC).

Esta situación está hoy en parte corregida, pero es también cierto que mientras el incremento del IPC no se traslade a los ingresos, son los particulares quienes soportan en su bolsillo las subidas de precios. Para las cuentas públicas queda asumir este impacto en las pensiones, en un momento donde las reformas pendientes y los problemas se acumulan: el incremento de la deuda y el déficit, producto de la pandemia, no podrá restañarse por ahora ni con una apreciable mayor recaudación ni con una impopular subida de impuestos. ¿O sí?

*Economista