Durante mi estancia en la TVG tuve la suerte de participar en varias ediciones de la Volta Ciclista á Comunidade Galega. Allí conocí a un personaje con el que enseguida me conecté, por su actitud vital, capacidad de asumir riesgos y ganas de comerse el mundo en cada momento. Era Julio Dorado, piloto de helicóptero y de cualquier cosa que se sostenía en el aire. Me consta que anduvo transitando un tiempo por la zona del Amazonas de donde contaba experiencias que parecían sacadas de trozos de los filmes de Indiana Jones.

Julio se apasionaba con los proyectos, les ponía alma y corazón. Decía que volar una avioneta no tenía gran misterio, pero que hacerlo en un helicóptero suponía un feeling especial y que era necesario conectar casi espiritualmente con la máquina, que es como los pilotos y mecánicos en su argot les denominan a los aparatos voladores. En aquel momento los drones no eran ni un proyecto y las mini cámaras menos, así que todo los procesos que se tenían que realizar suspendido en el aire, bien se llevaban a cabo desde una avioneta o desde un helicóptero. La avioneta, aunque es capaz de volar a mayor altura que un helicóptero y en condiciones meteorológicas más adversas, no puede detenerse en un punto concreto para hacer lo que se denomina técnicamente un “estacionario”. De este modo, al contrario de lo que sucede con el pájaro aspado, la única forma de trabajar sobre una zona para una máquina alada es volar en círculo sobre ella, con la imprecisión que esto conlleva. Este es el motivo por el que, hasta la invención de los drones, el helicóptero unido a un tipo de cámara estabilizada denominada Wescam que iba instalada dentro de una burbuja enganchada a uno de los patines de la nave, era lo que se utilizaba en la mayoría de los procesos de registro televisivo y cinematográfico. Desde el helicóptero también se llevaban a cabo todo tipo de acciones relacionadas con la protección civil, el traslado de órganos para trasplantes y otros servicios para la industria, como por ejemplo el seguimiento minucioso desde el aire del estado de los cables de alta tensión que desfilan por toda nuestra geografía y que, colgados de grandes torretas metálicas a través de montes, llanuras y desfiladeros, se encargan de llevar la electricidad desde los lugares de producción y transformación hasta nuestros hogares. Pues bien, hasta la aparición de los drones esta y otras muchas actividades que os podrán parecer sorprendentes las hacían exclusivamente pilotos de helicópteros, en ocasiones jugándose la vida a paso lento y transitando en cercanía a obstáculos complicados, como sucedía en las operaciones de checking de las líneas eléctricas. Julio, desde su máquina, llevaba a cabo tanto esas tareas de supervisión y mantenimiento como dar cobertura artística a infinidad de documentales o películas cinematográficas como Mar adentro o Los lunes al sol. Era un todo terreno con una sensibilidad muy especial para poner la nave en la posición idónea de modo que el operador de cámara pudiera realizar la toma más artística. Así, por su versatilidad, en las ediciones de la competición de ciclismo anual que recorría nuestra comunidad siempre lo contrataban como piloto, por lo que tuve la ocasión de trabajar con él y con el operador de la cámara Wescam, Álvaro Coronas, junto a otros miembros de la televisión francesa (TF1) y la vasca (ETB), pues eran las cadenas que disponían del equipamiento necesario para este tipo de retransmisiones. Julio hacía también trabajos mas domésticos para la emisión de otras competiciones locales como las habituales traiñas en la zona de O Morrazo. De estas experiencias quiero relatar varios hechos que ponen de manifiesto la pasión, así como el carácter amigable y singular que transpiraba Julio.

En una ocasión estábamos haciendo A Volta a Comunidade Galega y el final de una de las etapas era la ciudad de Ourense. En el lugar de la meta se instalan, además de todo el entramado de camiones publicitarios, las unidades móviles y el set de entrevistas para la televisión. Cuando los ciclistas llegan a la meta generalmente hay un desvío para que los motoristas que han estado grabando durante toda la carrera, así como los coches de asistencia de los equipos deportivos, desaparezcan de escena y de este modo no dificulten la entrada de los corredores. En ese momento la televisión ya tiene habilitadas in situ una serie de cámaras en diversas localizaciones con las que cubre la llegada desde diferentes ángulos, tales como la foto finish para sacar de dudas que deportista toca primero la línea de meta, la cobertura cenital de una grúa o los planos cortos de la reacción del vencedor de la etapa. En ese momento, del equipo móvil que siguió a los corredores durante la jornada sólo queda activo el helicóptero que se encarga, siempre que es posible, en un travelling cenital, de traer a los corredores hasta la línea de meta. A continuación la nave permanece en el aire ofreciendo planos interesantes de la zona desde una perspectiva aérea que generalmente, antes de los drones, era desconocida para los habitantes del lugar. En Ourense ese día estaba bochornoso y amenazaba con una tormenta de verano, de modo que al acabar la prueba comenzó a relampaguear con piedra y lluvia a cántaros. En un momento me encontré con el piloto del otro helicóptero, en estas competiciones siempre que se necesita una cobertura amplia trabajan dos helicópteros. Uno vuela a gran altura y funciona como antena. Se encarga de enviar a la unidad móvil situada en la zona de meta, desde donde se mezclan las señales y se hace la realización del evento, las señales de las motos y del helicóptero encargados de cubrir la carrera. Aquel piloto al ver el estado climatológico me comentó que era complicado volar en esas condiciones, así que se quedaba en Ourense y al día siguiente volaría al punto de encuentro para la siguiente etapa que finalizaba en el monte Aloia. Cuando íbamos cara a Vigo en nuestro coche con una lluvia infernal y los limpiaparabrisas no daban a basto para sacar el agua del cristal, a la altura de A Cañiza sonó aquel teléfono portable que no portátil de primera generación denominado TMA, nada parecido a cualquier modelo actual en tamaño, peso o autonomía, lo que más puede recordar hoy a aquel aparato puede ser una cafetera de cubitos si le añadimos un cable en espiral con el micro-auricular de toda la vida. Al pillar el teléfono se escuchaba el ta,ta,ta,ta… de las aspas de un helicóptero y la voz entrecortada de Julio que, ante nuestro asombro de que estuviera volando en esas terribles condiciones nos dijo: “tranquilos que voy por el cauce del Miño. Conozco bien el terreno, quedamos en la gasolinera de Salceda de Caselas”. A partir de ahí se cortó la comunicación. Al llegar a la gasolinera encontramos el helicóptero aparcado a un lado de las instalaciones y a Julio con el mono de piloto. Subió al coche y nos hizo el siguiente comentario: “hablé con el paisano, la gasolinera. No cierra por la noche y la máquina queda aquí hasta mañana”. A continuación nos invitó a su casa, si la memoria no me falla creo que era por la zona de A Madroa, donde bebimos, comimos y charlamos hasta el anochecer.

El riesgo era consustancial con su actitud vital. Recuerdo que unos días antes de una competición de traiñas en O Morrazo hablé con él para que fuera muy puntual en la convocatoria con la finalidad de adosar la cámara al patín, cosa que llevaba su tiempo. El día de autos, cuando llegamos al muelle a la hora convenida, había tanta niebla que no se veía la orilla. En ese momento escuchamos el ta,ta,ta,ta... de las aspas del helicóptero. Se nos hizo un nudo en la garganta. ¿Cómo podía estar volando en esas condiciones de visibilidad?. Poco a poco se fue el soniquete y una media hora más tarde se acercó a la unidad móvil una pareja de la guardia civil preguntando por mi. De entrada me asusté, pues en aquella situación metereológica y volando a horizonte óptico o visual como se hace en helicóptero, podía haber sucedido cualquier percance. Uno de los miembros de la benemérita me dijo: “Nos acaba de llamar al puesto un tal Julio Dorado, dice que le comente que van a tener que esperar un poco hasta que se vaya la niebla que no puede aterrizar. Lo ha intentado pero dice que no ve el suelo”.

Si bien en esta historia podemos ver el nivel y capacidad de asunción de riesgo, la anécdota de Julio que me quedó grabada, fue una que destila ternura. Además del tema de los helicópteros, llevaba una escuela de paracaidistas deportivos. Cuando hacían las salidas, aunque trataba de situarlos sobre la pista del aeropuerto de Peinador para que los individuos que se lanzaban al vacío cayeran sobre ella, algunos acababan en campos o tejados circundantes de modo que, posteriormente aparecían por las instalaciones y hangares paisanos con alguna reclamación de daños provocados por los más novatos al entrar en contacto con la tierra: unas tejas rotas, la antena de televisión destrozada etc. De modo que, el día que se le presentó otro paisano, pensó que se trataba de la reclamación de algún estropicio, pero no fue así. Venía a contarle que su madre de ochenta y tantos años había nacido en una casa situada cerca de la cabecera de la pista del aeropuerto, que nunca había montado en un avión y que la ilusión de su vida era subir en uno, por lo que le solicitaba que le diera una vuelta. Julio miró para aquella pequeña avioneta ya bastante castigada y señalándola le dijo: “esto es lo que hay”. El hombre comentó que no le importaba el modelo. Lo que deseaba era cumplir la voluntad de su madre. Así que pactaron una fecha para el evento. El dia de autos hizo su aparición en la pista el hombre junto a una señora bastante mayor, diminuta, vestida toda de negro y con pañoleta. Julio me contó que de entrada le dio terror subir a aquella persona aparentemente débil a la avioneta, pero cuál fue su sorpresa que, una vez sentada se le iluminó el rostro y cuando comenzaron a volar la vio feliz participando de cada momento e incluso pidiendo que acometiese acciones de vuelo cada vez más arriesgadas que disfrutaba a carcajadas. Años más tarde se volvió a acercar a la pista el hijo de aquella señora. Ese día le comentó a Julio que su madre había fallecido y que le venía a dar las gracias por brindarle la oportunidad de realizar aquel vuelo. Había significado para ella un antes y un después, de modo que, desde que se subió a la avioneta, no hubo día que no recordara y hablara de esa experiencia hasta el mismo momento de su fallecimiento.

A Julio Dorado, in memoriam.