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Juan Carlos Laviana.

Un tupido velo sobre Afganistán

Lo de Afganistán si no es una guerra, como mínimo puede calificarse de una posguerra. Una posguerra civil, porque, a pesar de la abrumadora intervención extranjera, la guerra de Afganistán ha sido una guerra entre afganos. Y, como decía De Gaulle, “lo espantoso de cualquier guerra civil es que cuando termina la guerra no empieza la paz”. Bien lo sabemos los españoles.

Nada es inocente en las guerras. Las imágenes que nos llegan de Afganistán, precisamente esas y no otras, nos llegan por algo. No por azar. La crisis de Kabul ya nos ha dejado fotografías icónicas que nos estremecen, nos conmueven, nos aterrorizan. En suma, manipulan nuestros sentimientos. Lo malo es que en base a esos sentimientos conformamos nuestra forma de ver lo que sucede. Sobre esas inducidas emociones –furia, rabia, impotencia– osamos manifestar nuestras irracionales opiniones a diestro y siniestro. Sobre todo, a través de las tan inflamables redes sociales. Qué fácil es hoy desinformar al mundo entero.

Cada día se añade al álbum del horror una nueva imagen icónica de la precipitada evacuación de los occidentales en Kabul. Los hombres agarrados al fuselaje del tren de aterrizaje de los aviones, el bebé entregado a través de un muro a un soldado norteamericano, los 640 afganos atiborrados en la bodega de un avión militar. Imágenes terribles, sin duda, pero ¿qué nos dicen? ¿Lo terribles que son los talibanes que sus compatriotas arriesgan la vida por huir? ¿O lo débiles que son los occidentales como demuestra esta atribulada evacuación?

No es casualidad la profusa sucesión también de imágenes de los costrosos barbudos jugando con los aparatos de un gimnasio, comiendo apetitosos helados de todos los sabores, divirtiéndose en los coches de choque, dando vueltas bordo de los caballitos enanos de un inocente tiovivo, saltando y haciendo posturitas al rebotar sobre camas elásticas. Son como niños. Cómo la gozan. No parecen tan malos, nos atrevemos a decir desde 8.000 kilómetros de distancia.

Cualquiera diría que los talibanes, aparentemente tan zafios, tan medievales, tan poco instruidos, tienen a su servicio a un Iván Redondo, un spin doctor que les cuida la imagen, como lo tiene cualquier mandatario occidental que se precie. No es una boutade. Un magnífico artículo de Eduardo Lagar recogía estos días informaciones de Washington que barajaban seriamente esa posibilidad.

“Cualquiera diría que los talibanes, tan zafios, tan medievales, tan poco instruidos, tienen a su servicio a un Iván Redondo, un ‘spin doctor’ que les cuida la imagen, como lo tiene cualquier mandatario occidental que se precie”

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La gran diferencia entre 2001 y 2021, en el mundo entero y por tanto en Afganistán, es la invención y masiva proliferación de los teléfonos inteligentes. Basta recordar cómo vimos venirse abajo las Torres Gemelas. Sí, en televisión. Hoy, lo veríamos en el móvil a través de una red social.

La súbita legión de expertos en el problema afgano se afana en repetirnos de forma machacona que es un país atrasado, retrógrado, incluso medieval. Sí, puede que lo sea en determinadas costumbres, pero que eso no nos haga ignorar que, con una población cercana a los 39 millones, tiene dadas de alta 18 millones de líneas móviles, según datos de 2019. Y las usan. Los talibanes se comunican entre sí a través de WhatsApp, lanzan mensajes al mundo entero a través de Twitter, incluso disponen de página web oficial accesible en cinco idiomas diferentes.

Llevábamos mucho tiempo sin detener nuestra mirada en Afganistán. Tanto que incluso lo que estaba previsto, la salida de las tropas occidentales, nos ha pillado por sorpresa. Y seguimos viendo el remoto país con los estereotipos de hace 20 años. Ha cambiado tanto, que en ese tiempo casi ha duplicado su población, lo que quiere decir que es un pueblo eminentemente joven, con lo que eso conlleva. Falta por ver qué ocurrirá a partir del miércoles, cuando finalice el ultimátum para que los americanos abandonen definitivamente el territorio y se cierren las puertas. ¿Qué imágenes nos dejarán ver? ¿Qué ocurrirá detrás del tupido velo con que los talibanes cubrirán su país?

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