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Xabier Fole

EL CORREO AMERICANO

Xabier Fole

El lado correcto de la historia

Cuando el Tribunal Supremo emitió el fallo en el caso Plessy v. Ferguson (1896), que protegía constitucionalmente la segregación racial en el sur de Estados Unidos, John Marshall Harlan manifestó su desacuerdo (el dissent) por escrito. El juez recordó que todos los ciudadanos, con independencia de raza o clase social, son iguales ante la ley (“our Constitution is color-blind”) y criticó la decisión que habían tomado sus compañeros magistrados señalando que la separación entre blancos y negros en establecimientos y medios de transporte, por muchas triquiñuelas jurídicas que se pretendieran utilizar (la famosa doctrina de “separados pero iguales”), sí que implicaba, en realidad, una evidente discriminación hacia los negros, las verdaderas y únicas víctimas de los conflictos abordados por el tribunal (“todo el mundo conoce el propósito de todo esto: no se trata de excluir a los blancos en los trenes que viaja la gente de color, sino de excluir a la gente de color en los trenes que viajan los blancos”), perpetuando de ese modo otro tipo de servidumbre, prohibida por la Decimotercera Enmienda. 

Hubo que esperar más de medio siglo, hasta Brown v. Board of Education (1954), para que la segregación racial fuera declarada inconstitucional, esta vez de forma unánime (9-0), por otro Tribunal Supremo. La opinión de Harlan, sin embargo, no se quedó tan solo en una divergencia teórica registrada en los manuales de Historia del Derecho; el texto, publicado por decenas de periódicos afroamericanos en todo el país, sirvió de inspiración en la lucha por los derechos civiles y convirtió a su autor, a los ojos de una desalentada comunidad negra, en un “héroe moral”, como lo llamó Frederick Douglass. Durante años fue el único precedente, simbólico pero no vinculante, al que podían recurrir quienes intentaban combatir legalmente el Jim Crow: una voz discrepante.

Pero Harlan, nacido en el estado fronterizo de Kentucky, no siempre pensó así. Cuando era joven estaba a favor de la esclavitud y, tras la guerra, no apoyó las enmiendas constitucionales que otorgaban protección legal a los esclavos emancipados. Como su pasado ideológico era por todos conocido, su propia nominación al Tribunal Supremo, impulsada por el presidente republicano Rutherford Hayes, se interpretó como un guiño hacia los estados sureños. En un nuevo libro sobre John Marshall Harlan, el periodista Peter Canellos sugiere que el posible motivo de su conversión fue el haber sido testigo de los logros de Robert Harlan, un esclavo criado por su padre (en aquel entonces se rumoreaba que era su hermanastro), el cual, una vez liberado, hizo una fortuna durante la fiebre del oro en California y acabó siendo un exitoso empresario. De la cordial relación que mantuvo con él surgió una mirada más compasiva y solidaria, así un concepto más inclusivo de la Justicia. John Marshall Harlan también se posicionaría en contra de la decisión mayoritaria en otros fallos judiciales que provocaron importantes recortes en los derechos de los trabajadores y prohibieron al Gobierno Federal recaudar impuestos. Sus palabras resultaron ser proféticas con las reformas del New Deal y los logros de los sindicatos (la Décimo Sexta Enmienda permite no ahora al Congreso recolectar impuestos en todos los estados); su jurisprudencia se transformó en un lugar común: la sentencia de 1954 y la Ley de los Derechos civiles firmada por Lyndon Johnson en 1964 confirmaron no solo su interpretación de las leyes sino también sus predicciones acerca de las perniciosas consecuencias que tendría la segregación racial en la sociedad estadounidense. Durante años fue olvidado y visto como una excentricidad porque se opuso a la mayoría. Ahora sabemos que tenía la razón en casi todo. 

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