Alberto: “Los sueños me acorralan últimamente. Me pilla de sorpresa porque siempre fui alguien sin sobresaltos mientras dormía. Nada de agitaciones ni presencias extrañas, nada de colisiones con mi inconsciente ni peleas con mis fantasmas. Como mucho, me encontraba jugando a menudo al fútbol en partidos decisivos y cuando me llegaba el balón en jugada franca de gol me bloqueaba, era incapaz de darle al cuerpo, me desesperaba y mis compañeros me echaban una bronca de campeonato perdido. Claro, es fácil detectar en ese tipo de sueños una frustración latente, una impotencia mal administrada, pero sus entrañas deben estar en partes tan profundas de mí que soy incapaz de encontrarles un motivo en mi vida real. Lo de anoche fue más preocupante: soñé que me arrancaba la piel de la cara ante el espejo y me encontraba con que debajo había otra persona a la que nunca había visto antes. Un perfecto desconocido. Quizá sea un buen momento para dejarme barba. Lo que parece evidente es que atravieso una época de turbulencias y tal vez me sienta desprotegido contra mi permanente renuncia a ser yo mismo y no lo que esperan los demás de mí. He dejado de buscar un sitio para sentirme libre en la medida de lo posible y me conformo con aparcar en doble fila. ¿Es un sueño que juega a desorientarme? ¿O una advertencia? Lo único que sé es que no me atrevo a mirar mi reflejo en el espejo del bar, y, para colmo de males, el camarero es nuevo y aún le faltan muchas madrugadas para aprender el lenguaje de las miradas en los clientes. ¿Con hielo?, me preguntó al pedirle un güisqui. ¿Tengo aspecto de querer rebajar las sensaciones?, le pregunté, echando mano de una de esas frases de película que apunto en una libreta. Se encogió de hombros, y en ese momento desperté”.