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El fútbol español atraviesa momentos de incertidumbre. Acostumbrado durante los últimos años a acumular éxitos tanto en la selección como con los clubes, asistimos ahora a un aparente período de decadencia. Se toma la ausencia de espectadores en los estadios y la consiguiente merma en los ingresos como causa de la impotencia que aflige al deporte llamado rey, incluso por los republicanos.

El genial Cruyff dijo que “si nosotros tenemos la pelota, ellos no pueden hacer ningún gol”, y la frase serviría para explicar la aparente postración de nuestro juego: no tenemos la pelota. Aficionado al fútbol, he observado cómo en pocos años los equipos ingleses han dado un notable salto de calidad. De meros atletas incansables durante 90 minutos, los futbolistas de la Premier no han dejado de correr, pero han añadido al músculo unas capacidades técnicas y sobre todo variantes tácticas que han impregnado para bien a su selección, durante decenios un grupo más amenazante que efectivo.

Mientras ingleses, alemanes, franceses o italianos han modificado sus estilos de juego e injertado nuevos perfiles de futbolistas y entrenadores, el fútbol español lleva años amarrado al palo mayor del estilo barroco del Barcelona de los Xavi, Messi o Iniesta, después trasladado a la propia selección vencedora de todo. Transcurrido al menos un decenio de aquellos laureles, tanto en el Barça como en la selección se mantiene el dogma de la posesión de la pelota y la “fidelidad al estilo”. En ese tiempo, cualquier rival aprendió que para desesperar a los blaugranas o a la Roja, basta con ordenar la defensa, aguardar al contragolpe y en última instancia, incrementar la presión. Ya dijo Valdano que “la bondad de un sistema se reduce a medida que los rivales van encontrando anticuerpos”.

Nuestros dirigentes del fútbol, acostumbrados durante años a señorear los palcos y los mercados de fichajes a golpe de chequera, han descubierto que la caída de los ingresos coincide en el tiempo con plantillas desgastadas y entrenadores de medio pelo. A la improvisación de la fallida Superliga europea le ha seguido el control financiero y, en última instancia, la dudosa propuesta de un fondo de inversión para hacerse con un buen trozo de los derechos televisivos de La Liga. Cogidos en todo a contrapié, Joan Laporta y Florentino Pérez ejemplifican la actual monotonía e impotencia de nuestro fútbol.

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