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Eduardo Jordá opinador

Aire acondicionado

Este verano no está siendo especialmente duro en cuanto al calor, pero lo está siendo en lugares donde se supone que el verano era más o menos benigno. En Canadá, por ejemplo, o en algunas regiones de México donde el clima solía ser templado. Está claro que las temperaturas van en aumento y que es muy difícil negar la realidad del cambio climático. Pero hay gente que se empeña en proponer soluciones totalmente descabelladas. El otro día no sé qué antiguo dirigente de Podemos dijo que abusábamos del aire acondicionado y que no podíamos permitirnos el despilfarro energético. Por supuesto, el político que hacía estas declaraciones tenía un aparato de aire acondicionado en su casa y, según revelaron algunas fotos indiscretas, lo tenía en pleno funcionamiento cuando llegaba el verano. Es la historia de siempre: les exigimos a los demás justo lo que nosotros no estamos dispuestos a hacer. En la Unión Soviética había carriles reservados en todas las avenidas para las limusinas blindadas –eran de la marca ZIS– que usaban los dirigentes del Partido que alardeaban en todos sus discursos de representar a los pobres y a los humildes que tenían que desplazarse en un tranvía atiborrado de viajeros. Y si un vehículo particular, de los pocos que había, se colaba en un carril reservado a las limusinas de los dirigentes, le tocaba pagar una multa cuantiosa y probablemente el conductor podía llevarse un disgusto aún más gordo. Son cosas que pasan con los que dicen representar a los parias de la Tierra.

Pero estábamos hablando del aire acondicionado en estos tiempos de cambio climático. ¿Se puede decir que estamos abusando de su uso? ¿Y podemos prescindir de él si vivimos hacinados en un edificio mal construido que se levanta en medio de una gran ciudad llena de tráfico? ¿Podríamos resistir viviendo como vivían nuestros abuelos, que sabían soportar el calor gracias a un estoicismo forjado en años y años de pobreza y de trabajo duro en el campo? Me temo que no. Nos hemos vuelto muy quisquillosos y ninguno de nosotros sería capaz de vivir como vivían nuestros abuelos a comienzos del siglo XX. Creo que ya conté aquí que un alumno mío en Estados Unidos se había comprado un magnífico Chevrolet Impala del año 68 o 69, y cuando me lo enseñó muy orgulloso –el coche era realmente bello–, le pregunté si había llevado a cabo el sueño de todo joven americano de cruzar EE UU de costa a costa en aquel precioso Impala negro. “Oh, no, no podría cruzar América en este coche porque no tiene aire acondicionado”, me contestó con un leve gesto de desánimo. Pero cincuenta años antes, en los tiempos de los beatniks, los abuelos de aquel chico de Las Vegas cruzaban América en unos Impalas sin aire acondicionado, y nadie parecía quejarse del calor ni las molestias. Y si no recuerdo mal, Bob Dylan oyó la primera canción de los Beatles en la radio de un coche que cruzaba América de punta a punta. Fue en Colorado, creo, y en un día de invierno del 64, cuando viajaba con tres amigos en un coche que tenía calefacción pero que sin duda no tenía aire acondicionado.

"Se nos promete un futuro verde y sostenible, pero nadie nos dice cuánto nos va a costar ni cuántos sacrificios vamos a tener que hacer hasta alcanzar ese sonriente futuro limpio y verde y maravilloso"

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Dado lo tiquismiquis que nos hemos vuelto todos –afortunadamente, porque es una señal inequívoca de progreso económico–, da un poco de miedo pensar en esa gente que hace temerarias proclamas políticas sin pensar en las consecuencias. ¿Aceptaríamos vivir sin aire acondicionado en un futuro más o menos próximo? ¿Lo soportaríamos? Ahora mismo estamos pagando las tarifas eléctricas a unos precios escandalosos, y nadie parece darse cuenta de que si las cosas siguen así, tarde o temprano habrá un grave estallido social como el que hubo en Francia con los “chalecos amarillos” o como el que ha destrozado Sudáfrica y varios países latinoamericanos. La política de ahorro energético es cara y va a costar muchos sacrificios, a menos que alguien se acuerde de relanzar la energía nuclear (que da mucho miedo a los ecologistas a pesar de que es bastante más limpia que todas las energías renovables). Ahora mismo se nos promete un futuro verde y sostenible, pero nadie nos dice cuánto nos va a costar en términos de facturación mensual ni cuántos sacrificios vamos a tener que hacer hasta alcanzar ese sonriente futuro limpio y verde y maravilloso. Y me temo que hay gente que juega frívolamente a lanzar una “revolución verde” sin darse cuenta de los problemas que nos va a traer un cambio drástico en la política energética. Se mire como se mire, el gas es muy caro y las energías alternativas –que también son muy caras– no están aún lo suficientemente desarrolladas. Y las temperaturas siguen subiendo. Pinta feo, sí, pinta muy feo.

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