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Juan Tapia.

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Juan Tapia

¿Las penas con pan son menos?

La incógnita es si el rebote económico ayudará a suavizar los conflictos políticos

En junio se vendieron 65.000 casas según el registro notarial. Un gran aumento, no ya respecto al año pasado sino también, de un 41%, sobre junio de 2019, antes de la pandemia. Es el junio de los últimos diez años en el que se han vendido más casas. En los últimos cuatro meses el paro ha bajado en 494.000 personas y a finales de julio hay ya más empleados (19,59 millones) que antes de la pandemia, aunque –ojo– entre ellos aún hay 330.000 en ERTE.

Con la vacunación hay rebote. El PIB creció en el segundo trimestre un 2,8% respecto al anterior y nada menos que un 19,8% respecto al segundo de 2020, cuando el confinamiento hundió la actividad económica. En Cataluña el crecimiento trimestral, según estadísticas de la Generalitat, fue incluso mayor, un 4,1%, atribuible en parte a cierta normalización tras las elecciones catalanas de febrero. Y el déficit publico se ha reducido un 27% en los cinco primeros meses. Los ingresos crecen más que los gastos y aunque el Estado gasta mucho para paliar la crisis –como aconseja el FMI–, el déficit se contiene.

No todo es positivo. La venta de coches no remonta y el Ibex se ha revalorizado en el año un 9,45%, menos no solo que el 14,5% del americano Dow Jones, sino también que otros índices europeos como el CAC francés (22,15%) y el Dax alemán (14,7%). Los que invierten en nuestra bolsa –el monto en manos de extranjeros es del 50%– son menos optimistas en el medio plazo.

Cuando la economía tira los conflictos deberían ser más solubles. Ya dice el viejo refrán, basado en Sancho Panza, que “las penas con pan son menos”. En la España del siglo XXI, mucho más rica y moderna que la del Quijote, la buena marcha de la economía debería reducir la crispación política, aunque la tentación de ningunear al contrario y del “todo o nada” están más vivas que en la Transición. Con todo, en el ecuador del verano es legítimo acariciar la idea.

"La buena marcha de la economía debería reducir la crispación política, aunque la tentación de ningunear al contrario y del 'todo o nada' están más vivas que en la Transición"

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¿Suavizará el rebote económico la conflictividad política? Lo veremos al llegar el otoño (quizás antes). Pero la confianza en el bálsamo económico tendrá tres grandes pruebas. La primera, una mejora de las relaciones entre los dos grandes partidos (y entre sus líderes) que ha impedido la renovación del Consejo del Poder Judicial que lleva ya más de dos años de retraso y que, lo escribí la semana pasada, puede llevarnos a un callejón sin retorno. Sin un mínimo consenso, como el que hubo entre Adolfo Suárez y Felipe González que se disputaban el poder, entre (al menos de boquilla) socialdemócratas y conservadores, ambos muy lejos de la mayoría parlamentaria, la crisis política empeorará todavía más.

La segunda prueba es la desinflamación del conflicto catalán. El Gobierno ha dado un paso valiente (y no sin riesgos) con los indultos. ERC no predica ya la unilateralidad y el president Aragonès es mucho más sensato que su predecesor. Y la victoria electoral del PSC es un factor de estabilidad. Pero más de diez años de conflicto identitario no se superan en un día. Aragonès no ha ido a la Conferencia de Presidentes y la razón es que el independentismo está dejando de ser practicante (propuesta de JJ OO de invierno en 2030), pero muchos catalanes siguen votando por el Estado propio.

Aragonès se moverá con gran cautela. Su objetivo es que ERC siga mandando en la Generalitat tras las próximas elecciones. Y para ello debe practicar el realismo y no herir ilusiones de sus fieles. No lo tiene fácil. Madrid tampoco.

La tercera prueba es la credibilidad del Gobierno Sánchez. Las coaliciones son complicadas, pero lo de esta semana con el aeropuerto de Barcelona es el juego de los disparates. El Gobierno Sánchez, el PSC, el empresariado catalán, la cúpula de Junts y la de ERC (menos), a favor de la ampliación para que Barcelona no pierda pulso. En contra, la alcaldesa Colau (que critica “la economía del pelotazo y la especulación”), el medio Gobierno de Podemos, con la vicepresidenta Yolanda Díaz al frente, una consellera de ERC y el expresident Torra, todos revueltos en el populismo ecologista.

Si los grandes aeropuertos ya no convienen (tesis muy aventurada), mejor empezar contra los de Nueva York, Londres o París. O, ¿por qué no, por Madrid?

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