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Daniel Capó FdV

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Tokio 2020

El espíritu olímpico

Si en el imaginario colectivo la ideología ha sustituido a la política, el deporte en nuestros días se apresta a cumplir con la antigua función de la épica. El deporte suscita emociones colectivas de un modo único, pacificando incluso el espíritu bélico de los pueblos. El relato de la gloria reservada a los elegidos acompaña la grandeza de los derrotados con ejemplaridad. Cuando felicitaron a Eddy Merckx por ganar su tercer Tour debido a la cruel caída de Luis Ocaña, el gigante belga respondió airado: “¡No, al contrario! Hoy lo he perdido”. Esto solo lo dice un caballero a la antigua, un hombre forjado en el honor. No siempre es así, por supuesto, y caer en la romantización del deporte resulta estúpido, más aún en esta época de contratos multimillonarios. Pero cierto ideal meritocrático subsiste en él a pesar del afán igualitario de nuestro tiempo: su rito es el de la victoria o la derrota en justa lid. Cada generación erige así su propio Olimpo, su particular panteón de héroes.

Durante un tiempo dejé de seguir el deporte, hasta que he reenganchado gracias a mi hijo. Estas serán sus primeras olimpiadas –las primeras, digo, que va a disfrutar–, del mismo modo que las de Los Ángeles en 1984 fueron las mías. Carl Lewis –al que se comparaba con Jesse Owens–, Michael Jordan o Pat Ewing eran algunos de sus nombres. Para nosotros, en cambio, más modestos, permanece el recuerdo de José Manuel Abascal –bronce en los 1.500 metros frente a los ingleses Coe y Cram, además de primera medalla española en pista– y de la plata de la selección de baloncesto, con aquel grupo inolvidable de jugadores que dirigía Antonio Díaz-Miguel: Fernando Romay y Fernando Martín, Chicho Sibilio y Juan Antonio San Epifanio, Ignacio Solozábal, Juan Antonio Corbalán y Juanma López Iturriaga. En cierto modo fue un despertar del deporte español, motivado en parte por las imágenes televisivas, como había sucedido poco antes con las retransmisiones de la Vuelta y el Tour alentadas por aquella cadencia casi ritual de los locutores que nos reportaban las gestas de Bernard Hinault y Laurent Fignon, de Ángel Arroyo y Perico Delgado, de Alberto Fernández y Éric Caritoux. Y ese despertar –que culminó con los juegos olímpicos en Barcelona ocho años después– coincidiría con otros despertares: el de la adolescencia –en los de mi generación– y el de la democracia, el de Europa y el de un futuro de normalidad que se adivinaba mejor para todo el país.

"Ese es el cometido del deporte: enfrentar las adversidades, llegar hasta los límites, cruzar fronteras, convertirse en mito"

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Tokio 2020 llega en 2021 bajo un signo distinto. Se ha hablado de unos juegos definidos por el silencio, debido a las medidas de seguridad impuestas por el virus. Se ha hablado de unos juegos que no se iban a celebrar precisamente por el temor de la población a una eventual ola pandémica. Se ha hablado, sobre todo, de unos juegos que debían realizarse porque ese es el cometido del deporte: enfrentar las adversidades, llegar hasta los límites, cruzar fronteras, convertirse en mito. Y estos juegos serán extraordinarios, en tanto que únicos e inusuales. Los juegos de la pandemia serán los que muestren al mundo lo mejor de la naturaleza humana: su capacidad de no achantarse, sino de encarar con valor y coraje sus propios miedos. ¡Qué mejor enseñanza que esta!

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