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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los inexpertos

A partir de la llamada teoría de las expectativas, no debe resultar extraño que los expertos en Economía se hayan dividido –al menos– en dos grupos: los optimistas y los que no lo son. Y es que, si aquella tesis acierta, prever mejoría en situaciones de crisis ayuda a superarlas y el pesimismo produce un efecto aún más negativo. En Galicia, al menos a nivel mediático, el grupo de los primeros es mayor y de prestigio, y al alinearse donde están, y lo creen, un mejor servicio al país que quienes están en la orilla opuesta. Que, dicho sea de paso, tampoco son escasos ni carecen de virtudes bien probadas y aciertos en sus cáculos.

Optimistas son, por ejemplo, el Foro Económico de Galicia, que ha previsto una recuperación más ágil de lo que otros dicen, y la entidad Abanca, que establece la mitad del año próximo para recuperar los niveles prepandemia. Y, por supuesto, la OCDE, que fija en un 6 por ciento el crecimiento del PIB español. Ocurre que, desde una opinión personal –y por tanto arriesgada ante las de entes de tanta importancia y experiencia–, las previsiones no acaban de convencer a la gente del común. Y no sólo porque se refieran a la macroeconomía o porque el nivel de análisis ha de ser algo más alto que la media, sino porque desde el ámbito doméstico suenan casi a ciencia ficción: describen hechos posibles, pero lejanos.

No se trata de distraer con la reposición de la antigua liaison entre las macro y las micro/economías, y la dependencia de las segundas con respecto a unas primeras cuyos recovecos son infinitamente más complejos. Pero si se alejan demasiado de la realidad cotidiana, que es donde habitan los seres humanos, no convencen aunque cuiden las famosas expectativas. Y si a una funcionaria media, a un abogado joven o a una médica MIR, y ya ni se diga a trabajadores/as de un astillero o de una granja avícola, ya no le salen las cuentas a fin de mes, no hay ciencia que refuerce una idea, un sistema o una esperanza de mejora.

Con todo respeto a los expertos, a los optimistas les “falta gente”; pero no porque no la tengan en cuenta, sino sencillamente porque sus estudios necesitan factores tan difíciles de explicar para un ciudadano medio que tardan en entenderse, si es que se entienden alguna vez. Y en pleno tsunami –porque ésta no es sólo otra ola– de la pandemia, con restricciones de movilidad y de negocio sumadas a las anteriores, el pronóstico sereno, al menos en microeconomía, es más difícil. Y esta dificultad aumenta cuando la que está afectada es la médula misma de una parte esencial de la economía gallega, que integran pymes cuyos responsables arriesgan, si vienan mal dadas, un patrimonio logrado tras toda una vida de trabajo.

Un argumentario como éste, que no pocos especialistas tienen por banal –como mínimo– no pretende entrar en motivos técnicos ni intríngulis propios de economistas acreditados. Sólo reforzar la visión que muchos tienen de que hay algo difícil de asumir cuando la ordinary las pasa canutas con las crisis –y sin ellas– mientras hay entidades y/o grupos a los que se riega con dinero público –que es de todos los contribuyentes– para que no se le sequen las “hojas verdes” y, al cabo de un tiempo, comunican ganancias hipermillonarias o ascensiones meteóricas en las Bolsas. Cierto que la ignorancia es audaz, y a veces suena a demagogia, pero es que hay un cuarto grupo de la gente del común, quizá desconfiada, que no entiende el sistema que, sin pretender pobreza para los ricos ni negar la necesidad de aquellos grupos, hacen injustos ciertos mecanismos que rigen el sistema. Y hay que decirlo.

¿Verdad?

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