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Juan Carlos Laviana.

Vacaciones con virus

Los indicadores de la pandemia son peores que hace un año, pero vivimos el verano como si todo hubiera pasado

Nos hemos acostumbrado a vivir con el virus. Disfrutamos del verano con mayor desenfado que el año pasado. Con lo que hemos pasado, nos merecemos unas vacaciones como Dios manda, nos justificamos. Estamos vacunados y nos sentimos invencibles. No estamos obligados a llevar mascarilla todo el tiempo. Nos hemos olvidado hasta de Fernando Simón y sus regañinas. Creemos que la pandemia ya es solo cosa de jóvenes insensatos y, ya se sabe, los jóvenes son fuertes y para ellos el COVID es como un resfriado. Hasta el presidente ha dicho que tenemos que mirar al futuro y dejar atrás la pandemia.

"El verano pasado estábamos mucho mejor que este, pese a no tener más vacuna que la prevención"

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Si atendemos a la apariencia en la calle, a los medios de comunicación ocupados en otros asuntos menos trascendentes, y hasta en las disputas peregrinas de nuestros políticos, cualquiera diría que estamos mejor que el verano pasado. Que ha vuelto la normalidad.

Y no es así. Es justo al revés. El verano pasado estábamos mucho mejor que este, pese a no tener más vacuna que la prevención. Solo hay que ver los datos. Los indicadores, a los que cada vez atendemos menos, nos dicen que ya sumamos 22 veces más casos que en julio de 2020, nueve veces más hospitalizaciones y el doble de muertes. Estamos en la quinta ola, ya bautizada como la ola juvenil. Provoca escalofríos solo imaginar qué hubiera pasado sin la vacunación masiva.

Y si miramos hacia adelante, la perspectiva tampoco es muy favorable. Resulta que muchos jóvenes, que creíamos inmunes, también necesitan ser hospitalizados. El virus deja secuelas incluso en aquellos que lo superaron con síntomas menores. Las nuevas variantes multiplican la proliferación. Los que se niegan a vacunarse empiezan a ser un problema grave; no hay más que oír los llamamientos desesperados del presidente Biden o ver las protestas en Francia. Ni siquiera sabemos el origen del virus, lo que ayudaría a vencerlo definitivamente. La situación en otras partes del mundo es desesperada; Latinoamérica, por ejemplo, con el 8 por ciento de la población mundial, ha sufrido el 35 por ciento de las muertes, por la pandemia.

"Esto es la nueva normalidad, no la que nos vendieron hace un año, que habíamos vencido al virus, sino la real, que tendremos que convivir con el virus"

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Siendo la situación así, empezamos a acostumbrarnos. No hay mejor señal de esa aparente normalidad que la frivolización de la pandemia. Ya se sabe que el humor es un mecanismo de defensa frente al miedo. Es comprensible reírse del virus ya que no lo podemos vencer. Es comprensible que la sociedad de consumo, que todo lo asimila, convierta la pandemia en icono. Pero sigue estremeciendo ver, por ejemplo, la proliferación de camisetas con mensajes divertidos, como dicen los cursis: “Mi vacuna es la cerveza”, “vacunado, ya me puedes abrazar”, “he cerrado más discotecas que el COVID-19”…

Ya nadie habla de nueva normalidad porque esto es la nueva normalidad. No la que nos vendieron hace un año, que habíamos vencido al virus, sino la real, que tendremos que convivir con el virus. No nos preocupa tanto que nuestra comunidad supere las cifras del riesgo extremo como que esos datos suponen la ausencia de turistas ingleses, franceses o alemanes. O que el índice de casos obligue a cerrar el ocio nocturno o a decretar un nuevo toque de queda. Es natural, hay que seguir viviendo.

Bien está que seamos positivos, pero no olvidemos aquel recurrente aforismo del poeta Mario Benedetti: “Un pesimista es solo un optimista bien informado”.

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