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Xaime Fandiño

LA ACERA VOLADA

Xaime Fandiño

La beca Bucanero

La fotografía del Che tomada por Korda fue quizás el icono más presente y subversivo para los jóvenes de nuestra generación. Esta imagen revolucionaria y militarizada colgaba, a modo de provocación en sí misma, de muchas paredes de locales y casas de miembros de la resistencia contra la dictadura franquista.

El Che, con su melena al viento cayendo bajo la gorra, si bien conectaba directamente con las personas implicadas con los movimientos de la izquierda más militante, no lo hacía menos con las que, a pesar de no estar integradas en algún tipo de compromiso clandestino, veían en ella a un tipo con un aspecto que rompía con la uniformidad estética del momento, y proporcionaba desde su semblante seguro, un soplo de aire fresco a la desidia cotidiana. Así, si hay que hablar de una foto icónica de toda nuestra generación, más allá de las ideologías de cada quién, seguramente coincidamos en que la de Korda se lleva la palma.

La presencia omnímoda de la foto del revolucionario, junto a proclamas populares a modo de canción del tipo: “Cuba sí, Cuba sí, Cuba sí, yankees no... Venimos a defender la revolución Cubana...” que se cantaban en acampadas, tabernas y garitos varios, formaban parte del universo que frecuentábamos. Por eso, en el momento en que tuve la ocasión de viajar a Cuba por primera vez, me vinieron a la cabeza todas aquellas referencias de juventud.

Llegué a La Habana como último destino del primer viaje que hice al continente americano para la realización del programa Galeguidade de TVG. En esa gira grabamos reportajes desde Winnipeg en Canadá, hasta San Salvador de Bahía, en la procura de hallar a pioneros y descendientes de la emigración gallega que conservan viva su identidad y referencias, más allá de su localización geográfica.

Arribamos a La Habana en los últimos estertores del denominado “período especial”, ese momento en el que, la caída del muro de Berlín y desmembramiento de la URSS, el mayor socio económico-logístico de la isla, dejó sin abastecimiento al país. En nuestro hotel internacional, el Plaza, situado a un lado del Parque Central, había muy poco que desayunar y nos preguntamos: ¿si nosotros pagando en dólares tenemos tan limitada oferta, qué sucede en la calle?. No tardamos en comprobar cuál era la situación. Los estantes de las farmacias estaban vacíos y, en la puerta del fastuoso edificio del Centro Gallego, había una cola inmensa de personas de toda raza y color que se decían gallegos para poder pillar las remesas de medicinas y “jabitas” (como le llaman allí a las bolsas) con un poco de leche, unas latas de callos y algún producto a mayores, que mandaba la Xunta de Fraga como ayuda humanitaria para atender a la comunidad gallega de La Habana. Mi impresión en aquel viaje a la isla a principios los noventa fue de desolación al ver las condiciones de miseria en el umbral de la subsistencia en la que estaban sumidos los nativos y muchas de las familias que entrevistamos, frente a las prebendas que gozábamos los turistas recién llegados.

Estuve mucho tiempo sin volver pero, unos diez años después, con motivo del centenario del himno gallego, que fue estrenado por primera vez en el año 1907 en presencia de Curros Enríquez en el majestuoso Centro Gallego de La Habana, regresé a la isla para hacer una recreación cinematográfica de ese momento. Aunque no se puede comparar con los estándares de consumo europeos, la cosa había cambiado bastante respecto a aquel período negro de los noventa. En cualquier caso, la gente seguía teniendo que, como dicen ellos, “resolver” para ir llevando el día a día. Esa palabra que lleva implícito el “buscarse la vida”, es para los cubanos el santo seña del día a día.

En la Isla de la utopía, la incidencia acumulada de personas descontentas ha ido creciendo a lo largo de los años y, aunque los mayores, por razones tales como una especie de sórdida militarización vecinal encargada de velar para que nada se mueva, unida a la iconicidad de sus referentes y longevidad de los Castro, los cubanos de la generación de la revolución y la precedente, con más o menos fidelidad, han ido dejando su suerte y futuro en manos de los héroes de Sierra Maestra, cosa que gran parte de las nuevas generaciones herederas de Internet, según los hechos acaecidos últimamente, parece ahora no están dispuestas a tolerar.

En este escenario, a lo largo de tantos años de precariedad económica y carencia de productos básicos, los nativos se han convertido en unos expertos en ganarle la partida a la adversidad, ‘resolviendo”. Para hacer honor a este modo de operar sui generis de los isleños, al margen de las modernas economías de mercado, contaré una simple anécdota que refleja cómo la adversidad agudiza el ingenio.

De aquella grabación para homenajear nuestro himno me surgió la ocasión de impartir unos talleres en la EICTV, la famosa escuela de cine. “Una isla dentro de la isla”, donde conviven muchachos y muchachas de todas las nacionalidades, entregados como anacoretas, durante tres años, a aprender las técnicas audiovisuales. Por ello la denominan: “La escuela de todos los mundos”.

Cuando llegué por primera vez a impartir clase en la escuela, además de sentir el cariño de toda la comunidad, cosa que lleva a relativizar lo que pasa extramuros y vuelve totalmente anecdóticas las incomodidades de sus instalaciones respecto a nuestros estándares de confort, comprobé de primera mano la pasión por el cine de aquella ONU de alumnado multi patria. Me involucré de tal manera que Tanya, la directora, me ofreció llevar la Cátedra de Televisión, labor de la que me ocupé durante todo su mandato y que me permitió viajar con asiduidad a la isla. Más allá de las contradicciones e incongruencias palpables del régimen, por todos conocidas, sólo puedo hablar cosas positivas de mi paso por esa escuela libertaria ubicada en San Antonio de los Baños. No es de extrañar que haya sido este pueblo el lugar de origen de las manifestaciones que, bajo el lema Patria y Vida, han salido a reivindicar un nuevo momento histórico para la isla.

En mi primera estancia en la escuela, vi que entraban en el recinto camiones cargados de latas de cerveza Bucanero. Como estaba todo el día metido en el aula y en los platós, no me había percatado de la enjundia del asunto, hasta que, en una ocasión, escuché la frase tabú: “llegó la cerveza”. A partir de ahí los alumnos salieron del aula y a base de carretillas comenzaron a mover cajas. La cerveza se producía en oriente, en la ciudad de Holguín y, parte de la que llegaba a La Habana entraba semanalmente por la escuela donde cada alumno, de forma muy discreta, nunca se alardeaba sobre el asunto, tenía derecho a una serie de cajas que revendía en el exterior. Es decir, la cebada enlatada funcionaba como una especie de beca de estudios en especies que posteriormente era convertible en pecunia contante y sonante. Cuentan las malas lenguas que una vez la fábrica tuvo una avería y estuvo semanas sin producción, y por lo tanto, los estudiantes en números rojos. En ese período Gabriel García Márquez, que era uno de los fundadores de la institución, vino a presentar un libro. En mitad del acto llegó la cerveza y se produjo una estampida de medio aforo en busca de las carretillas. No se si será o no verdad, pero la anécdota era vox populi. Y es que, cuando una mariposa aletea, se puede sentir al otro lado del mundo. Holguín, que está en oriente, seguramente era inconsciente de que su parada de producción tenía resultados devastadores en la economía de San Antonio. Los caminos del señor, son inescrutables (Romanos 11:33).

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