Es más que posible que quienes pueden, debieran atender algunas de las observaciones que el señor Escotet ha hecho acerca de la Universidad que Abanca pondrá en marcha aquí. Sería útil, no solo para quienes apoyan la iniciativa –la primera privada de Galicia– e incluso también para los que están en contra, porque presenta modelos de enseñanza superior que significan cambios interesantes –y profundos– que pueden aportar en vez de restar a los que ahora se emplean. Y que, desde las estadísticas y los informes PISA, aportan resultados positivos, pero no en número, proporción y demanda comparables a los de países que están, en recursos, como España.
Más allá de los condicionantes partidarios –de algún modo sujetos al pasado al igual que no pocos de sus impulsores–, es evidente que el esquema general de las universidades –sin excluir, por supuesto, las gallegas– necesita no solo cambios sino probablemente mucho más profundos de lo que algunos pueden aceptar. La mayor parte solo para adecuarse a lo que ya está aquí, que es el futuro, sino para conseguir por fin un país en que el acceso a la educación sea algo más que un teórico derecho constitucional. Y no porque no se haya avanzado sino porque el ritmo de la andadura no ha sido el adecuado, lo que explica los el ranking.
El señor Escotet y su universidad hablan de esos cambios, de la sustitución –relativa– de los exámenes por algo así como curricula anuales en los que cada alumno no se lo juegue todo a una carta. Simplificando la idea, sintetiza lo que tanta falta le hace a este país: la práctica –además de la teórica–, que está presente ya pero de forma insuficiente, y que en algunas carreras obliga a especializaciones que convierten casi en papel mojado los títulos que obtienen a la hora de salir al mercado laboral. Es una cuestión de enfoque global y de recursos, por supuesto. Pero también de cambios, o al menos retoques, en lo que ahora está al uso.
Y hay que modificar elementos que hoy cierran puertas en vez de abrirlas. Sin ir más lejos los numeros clausus en facultades y escuelas, que en teoría suponen un nivel de preparación ad hoc de quienes acceden, deja fuera a demasiada gente valiosa que podría serlo más aún si los índices de selectividad no resultasen tan desiguales que lo que en una zona es sobresaliente en otra apenas llega al aprobado. Es opinión personal, pero se apoya en las estadísticas de los diferentes estudios. Que son interpretables y están condicionadas a los recursos que se dedican a áreas básicas para el progreso social, y por tanto dignos de ser tenidos en cuenta.
Todo ello no solo se refiere a los estudios de ESO, Bachillerato o Universidad: también a los de Formación Profesional, que en Galicia están muy bien planteados y parecen a punto de romper por fin algunos tabúes. Se trata, en fin, de que de que quienes salen de las aula no vayan al paro o al subempleo. Y en ese objetivo final encajan, y muy bien, las ideas expuestas acerca del papel de la universidad privada en Galicia. Porque, y hay que llegar otra vez al resumen, de lo que se trata no es ni más ni menos que cuando se llegue al momento decisivo en la vida de cualquier persona, todos estén preparados de verdad para ganársela con la dignidad a la que tienen derecho. Y para eso no estorbará que en los centros de enseñanza, de formación, no esté ausente el espíritu empresarial moderno: que no es la panacea, pero que sí es la llave del sistema.
¿O no…?
Es más que posible que quienes pueden, debieran atender algunas de las observaciones que el señor Escotet ha hecho acerca de la Universidad que Abanca pondrá en marcha aquí. Sería útil, no solo para quienes apoyan la iniciativa –la primera privada de Galicia– e incluso también para los que están en contra, porque presenta modelos de enseñanza superior que significan cambios interesantes –y profundos– que pueden aportar en vez de restar a los que ahora se emplean. Y que, desde las estadísticas y los informes PISA, aportan resultados positivos, pero no en número, proporción y demanda comparables a los de países que están, en recursos, como España.
Más allá de los condicionantes partidarios –de algún modo sujetos al pasado al igual que no pocos de sus impulsores–, es evidente que el esquema general de las universidades –sin excluir, por supuesto, las gallegas– necesita no solo cambios sino probablemente mucho más profundos de lo que algunos pueden aceptar. La mayor parte solo para adecuarse a lo que ya está aquí, que es el futuro, sino para conseguir por fin un país en que el acceso a la educación sea algo más que un teórico derecho constitucional. Y no porque no se haya avanzado sino porque el ritmo de la andadura no ha sido el adecuado, lo que explica los el ranking.
El señor Escotet y su universidad hablan de esos cambios, de la sustitución –relativa– de los exámenes por algo así como curricula anuales en los que cada alumno no se lo juegue todo a una carta. Simplificando la idea, sintetiza lo que tanta falta le hace a este país: la práctica –además de la teórica–, que está presente ya pero de forma insuficiente, y que en algunas carreras obliga a especializaciones que convierten casi en papel mojado los títulos que obtienen a la hora de salir al mercado laboral. Es una cuestión de enfoque global y de recursos, por supuesto. Pero también de cambios, o al menos retoques, en lo que ahora está al uso.
Y hay que modificar elementos que hoy cierran puertas en vez de abrirlas. Sin ir más lejos los numeros clausus en facultades y escuelas, que en teoría suponen un nivel de preparación ad hoc de quienes acceden, deja fuera a demasiada gente valiosa que podría serlo más aún si los índices de selectividad no resultasen tan desiguales que lo que en una zona es sobresaliente en otra apenas llega al aprobado. Es opinión personal, pero se apoya en las estadísticas de los diferentes estudios. Que son interpretables y están condicionadas a los recursos que se dedican a áreas básicas para el progreso social, y por tanto dignos de ser tenidos en cuenta.
Todo ello no solo se refiere a los estudios de ESO, Bachillerato o Universidad: también a los de Formación Profesional, que en Galicia están muy bien planteados y parecen a punto de romper por fin algunos tabúes. Se trata, en fin, de que de que quienes salen de las aula no vayan al paro o al subempleo. Y en ese objetivo final encajan, y muy bien, las ideas expuestas acerca del papel de la universidad privada en Galicia. Porque, y hay que llegar otra vez al resumen, de lo que se trata no es ni más ni menos que cuando se llegue al momento decisivo en la vida de cualquier persona, todos estén preparados de verdad para ganársela con la dignidad a la que tienen derecho. Y para eso no estorbará que en los centros de enseñanza, de formación, no esté ausente el espíritu empresarial moderno: que no es la panacea, pero que sí es la llave del sistema.
¿O no…?