Hubo un tiempo en que solo con la palabra de un adulto, un marido, un maestro o incluso un religioso llegaba para acallar lo que dijese un niño o una mujer; ese era un tiempo malo que, afortunadamente, ha pasado.

Hay un tiempo en el que solo con la palabra de un menor (no todos los menores son niños) basta para pasar a estado de presunción de culpabilidad. En mi opinión, y sé que es políticamente incorrecto, este tiempo actual es igualmente malo y también debería de ser superado.

En estos días se juzga en Pontevedra a Segundo, sacerdote y educador salesiano. El titular “Cura acusado de abusos a menores” abruma, produce rechazo. Pero los que creemos en la justicia coincidimos en que los titulares son un reclamo mercantil, no son una forma de justicia.

Que los investigadores encuentren hechos similares en el pasado o presente, revisen afinidades en el entorno demandante, informen sobre el entorno físico de los hechos.

Que los peritos aporten su saber, tanto sobre el acusado, que tiene una trayectoria y un perfil, pero también sobre los acusadores, que deberían mostrar improntas de los presuntos hechos.

Que los jueces, aislados de los tiempos y las modas, analicen las acusaciones, su verosimilitud; ¿son creíbles los hechos que se relatan?, ¿es posible ver lo que se dice que se vio?, ¿tiene lógica responder como se respondió?, ¿son los comportamientos posteriores coherentes con la gravedad denunciada?

Mi carta no trata de señalar mala fe, ni de culpabilizar. Mi carta trata de pedir justicia, no sea que, como ya ha ocurrido otras veces, nos estemos equivocando de víctima.