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Joaquín Rábago.

En la corte del rey Trump

¿No es en el fondo una tragedia que el país más poderoso de la historia haya estado cuatro años gobernado por alguien como Donald Trump, que vive en una realidad paralela y a quien solo le importa su propia persona?

Claro que si no hubiera sido por el solipsismo del personaje, las cosas habrían podido resultar mucho peores: el expresidente podría haber intentado deshacerse, por ejemplo, del “hombre cohete” surcoreano o invadido Venezuela para colocar allí a Juan Guaidó.

Pero Trump estaba solo preocupado de su propia popularidad, de que todo el mundo hablara de él, y siempre en términos elogiosos, y la posibilidad de ver regresar a muchos de sus compatriotas metidos en bolsas de cadáveres evitó al mundo lo peor.

Son reflexiones que uno hace tras leer una jugosa entrevista con el periodista norteamericano Michael Wolff, autor de dos libros sobre la Casa Blanca de Trump convertidos rápidamente en superventas en todo el mundo: Asedio, Trump en el punto de mira y Fuego y furia.

Lo más extraño, aunque tal vez no lo sea tanto, a juzgar por la personalidad del retratado, es que Trump haya accedido a hablar una vez más con Wolff para un tercer libro sin que pareciera importarle demasiado que le hiciera trizas en los anteriores.

El periodista lo ve así: al enterarse de que quería hablar con él, Trump les dijo a sus colaboradores que Wolff era alguien que vendía muchos ejemplares. Y eso es lo único que parece contar para el expresidente: que se hable y escriba sobre él sin que importe demasiado qué.

Wolff describe la residencia de Mar-a-Lago como un lugar extraño, “mezcla de pabellón de caza y palacio barroco”, con un gran vestíbulo donde Trump despacha todos sus asuntos porque allí pueden verle y sobre todo escucharle sus cortesanos.

Cuando le visitó Wolff, el expresidente estaba rodeado de un grupo del que formaba parte un senador de Kansas que no hacía más que dorarle la píldora sin que Trump pareciera prestar demasiado oído a sus lisonjas.

Al percatarse de la presencia del autor, Trump se deshizo rápidamente del senador, se dirigió a Wolff como si fuera su mejor amigo y le espetó: “Los libros que usted ha escrito sobre mi persona están llenos de falsedades y vilezas”.

Pero añadió: “Sin embargo, no le echo a usted la culpa. La culpa es de aquellos de mis colaboradores que hablaron con usted”. Y tras semejante exculpación, Trump le invitó a cenar en compañía de su esposa, Melania.

Mar-a-Lago, explica Wolff, tiene una terraza con unas cuarenta mesas, y Trump parece comportarse allí como el Rey Sol en su corte de Versalles: la mesa donde se sientan él y Melania está separada del resto de la terraza por un cordón rojo.

"Mar-a-Lago, explica Wolff, tiene una terraza con unas cuarenta mesas, y Trump parece comportarse allí como el Rey Sol en su corte de Versalles"

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Y los presentes “van a besarle el anillo, metafóricamente hablando, mientras él suelta continuos monólogos. Da igual con quién hable, todos somos solo comparsas (…). A veces él devuelve algún cumplido, pero en el fondo lo único que hace es escuchar su propia voz”.

“Todo eso es peligroso, agrega el cronista, porque (Trump) está loco, vive en otra realidad, y, sin embargo, consigue arrastrar tras de sí a buena parte del país. Nadie de su entorno se creyó que pudiera modificarse el resultado de las elecciones. Nadie”.

“Todos saben que no hubo fraude electoral. Todos, excepto Trump y su abogado, Rudy Giuliani. Ambos parecen vivir en otro planeta”, afirma Wolff.

“Trump, agrega, es un actor, no un político. La Casa Blanca era su escenario, y la base (republicana), su público, que le daba exactamente lo que necesitaba”.

En Fuego y furia, Wolff cuenta que el conservador magnate de la prensa australiano Rupert Murdoch, fundador de Fox News, no aguanta a Trump.

“Ya entonces, comenta el periodista, cuando hacía mis investigaciones para mi biografía sobre Murdoch, este se refería a él con el mayor desprecio. Pero Trump llegó a la presidencia en parte gracias a Fox News, y Murdoch no tuvo más remedio que halagarle”.

“Algo que le resulta doloroso, explica, sobre todo habida cuenta de que dos de sus hijos son demócratas y no soportan a Trump”.

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