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El plano de Portela

El gran dibujante recreó con precisión y mimo todo el interior del recinto amurallado pontevedrés tal como era a mediados del siglo XIX

La plaza de San Bartolomé y su entorno en el magno dibujo de Portela sobre el caso antiguo pontevedrés.

Agustín Portela Paz ya había ofrecido en toda su vida incontables muestras de su amor por Pontevedra, tanto en el ámbito personal y familiar, como en su quehacer profesional y artístico. Un cariño fraternal inculcado desde niño por su padre, Francisco Portela Pérez, cuando la familia vivía en Madrid un particular exilio por su puesto de alto funcionario en el Ministerio de Fomento.

El plano de Portela

Sin embargo, Portela había postergado para mejor ocasión un proyecto largamente acariciado, porque nunca había dispuesto del tiempo necesario para su plasmación sobre el papel. Una obra monumental de gran significación, en suma, que había rondado su cabeza con machacona insistencia. Ese momento llegó, al fin, cuando se produjo su inevitable jubilación.

La Diputación Provincial decretaba el 3 de enero de 1976 la jubilación forzosa de Portela como funcionario público al cumplir 70 años, tal y como establecía la normativa imperante. Atrás dejaba casi cuatro décadas de fructífero trabajo como aparejador al servicio de dicha institución en su Servicio de Obras.

Entonces Portela pensó que efectivamente había llegado el momento de encarar aquel reto sin más dilación, y desde el día siguiente puso manos a la obra. Al fin y al cabo, contaba con todo el tiempo del mundo para darse el gustazo y, además, se encontraba como dibujante en plena madurez creativa.

El proyecto no era otro que la reconstrucción pictórica del recinto amurallado de Pontevedra en su estado original a mediados del siglo XIX. Una minuciosa recreación del casco antiguo en un plano axonométrico; es decir, una representación gráfica en singular perspectiva, respetando todas las proporciones en altura, longitud y anchura de calles, edificios y monumentos, trabajo que hizo a tinta china tras una elaboración primitiva a lápiz.

Cuando Agustín Portela expuso su propósito al director del Museo Provincial, José F. Filgueira Valverde, este se mostró entusiasmado y le ofreció la colaboración precisa. Así accedió al ingente material allí reunido y custodiado desde la fundación del centro. Una documentación principalmente aportada por los destacados miembros de la Sociedad Arqueológica; de Casto Sampedro a José Millán, de Federico Alcoverro a Carlos Sobrino, de Carmen Babiano a Enrique Campo, y tantos y tantos otros.

El dibujante acometió la magna obra con el mejor ánimo, combinando la tarea de documentación en el Museo, y también en el Archivo Histórico Provincial, con el trabajo de campo a pie de calle, ambas cosas imprescindibles y complementarias para conseguir su ambicioso propósito.

Paso a paso, casa a casa, iglesia a iglesia, calle a calle…Portela construyó su plano axonométrico sobre el callejero pontevedrés documentado entre los años 1854 y 1859. Entonces, la ciudad amurallada se articulaba únicamente en seis barrios: Constitución, Sarmiento, Peregrina, Nodales, Ayuntamiento e Isabel II. Dichos tramos urbanos reunían, a su vez, un total de 42 calles, más otras 12 rúas extramuros, en sus alrededores más cercanos, según las explicaciones ofrecidas por el propio artista.

Entonces aún estaban en pie edificios tan simbólicos como las Torres Arzobispales, San Bartolomé el Viejo o la capilla de la Virgen del Camino.

Tres años después, cuando Portela dio por finalizado su trabajo exhaustivo, sin una sola licencia a la figuración y mucho menos a la fabulación, puso un acento muy especial sobre los escasos cambios de nombres en aquellas calles pontevedresas entre 1859 y 1979. Desde la Primera República hasta el Franquismo, pasando por Amadeo de Saboya, la Restauración borbónica, los desastres coloniales, la Dictadura de Primo de Rivera, la Dictablanda, la Segunda República y la Guerra Civil, durante ese siglo y cuarto de tantas vicisitudes políticas, el dibujante solo constató nueve variaciones en el nomenclátor de su casco antiguo:

Herrería-Plaza de la Constitución-Generalísimo / Feria Vella-Plaza de la Pescadería-Plaza Nueva- Indalecio Armesto / Nuño Fatel-Compañía-Sarmiento / Yerba-Plaza de Méndez Núñez / Rúa do Campo da Erba-Sierra-César Boente / Do Peixe fixido-Santa Catalina-Cousiño / Platería-Comercio-Manuel Quiroga / San José-Calvo Sotelo / Galera-Jardines-Arzobispo Malvar.

“Puede estar orgullosa Pontevedra -escribió Portela- de haber tenido durante tantos años unos alcaldes y regidores municipales con una extraordinaria dosis de sentido común, que suele ser poco común, como es notorio”. Y atinadamente remachó su observación histórica con una coletilla añadida: “Pienso que contadas ciudades, si es que existe alguna, podrán presentar en este aspecto un balance tan netamente positivo”.

Filgueira Valverde entendió que la presentación de aquel trabajo rayano en la excelencia histórico-artística no debía pasar desapercibido ni hacerse de cualquier manera, y se esforzó al máximo por darle el realce que requería la ocasión. Al fin y al cabo, la ponderación de aquella obra no dejaba de conllevar implícita un reconocimiento para el propio Museo por sumar “una documentación abondosa e fiel dos seus antiguos monumentos, prazas e rúas. “Ninguna en Galicia -afirmó el viejo profesor- ni tan siquera Compostela, axuman una colleita semellante”. Palabras mayores, en definitiva.

Con tal motivo, el Museo Provincial preparó con el mismo cuidado que Portela Paz había puesto en su plano axonométrico una gran exposición sobre la Pontevedra antigua -así titulada-, que mostró al respecto la documentación gráfica allí reunida desde su fundación y usada por el artista para acometer su minuciosa obra.

Además, Filgueira escribió un artículo muy elogioso resaltando su encomiable esfuerzo, no solo creativo y artístico, sino incluso físico, “obra impar que poucas ciudades logran ter”.

Como una muestra más de su reconocida caballerosidad, Agustín Portela correspondió al Museo con la donación del original de su plano, que la institución imprimió en una generosa edición y que hoy ocupa un lugar de honor en las paredes de numerosas casas pontevedresas.

Lo que esconde cada rúa

Hubo una tarea singular que por falta de tiempo no acometió Prudencio Landín Tobío dentro de su impagable trabajo como cronista de esta ciudad a lo largo de no pocos años: fue la labor de rebuscar y recuperar la historia que estaba detrás del nombre de las calles más antiguas. O sea, lo que escondía cada una tras su denominación histórica, de la calle Real a la calle de la Amargura, pasando por la calle Charino, Platería o Galera. Ese trabajo sacrificado encomendó a Luciano Del Río Fernández -padre de Luciano del Río Besada, todavía bien recordado por muchos pontevedreses-, quien firmaba sus trabajos periodísticos y literarios con el ocurrente pseudónimo de Errante. Después de una laboriosa y tenaz investigación, Del Río-Errante escribió en 1916 una estupenda serie de quince crónicas sobre las calles y plazas más antiguas de Pontevedra, que ayudaron mucho a Agustín Portela en su reconstrucción de la ciudad amurallada a mediados del siglo XIX. El presidente de la Sociedad Arqueológica, Castro Sampedro Folgar, resultó, a su vez, la principal fuente consultada por Errante-De Rio para aquel trabajo ímprobo, aunque no fue la única. El periodista contó además con la ventaja añadida de beneficiarse en vida de la inmensa documentación que atesoraba el celoso don Casto, tanto en su despacho como en su cabeza. Para enmarcar su labor, Luciano del Río Fernández partió de los cambios aprobados en veinte calles por un pleno municipal celebrado el 24 de abril de 1843, a propuesta del síndico Antolín Esperón. Al reseñar la historia de la calle de la Pasantería o de Gregorio Hernández, resaltó que una gran lápida en bronce, fundida en Roma por el escultor Fernando Campo, llevó el nombre del imaginero por iniciativa de Francisco Portela Pérez, el padre de Agustín.

Premio Ciudad de Pontevedra

La presentación del plano axonométrico de la zona antigua de Pontevedra supuso una notable revalorización de la capacidad artística de Agustín Portela, bien apreciada por sus amigos y coetáneos, pero lógicamente menos conocida por los pontevedreses más jóvenes, que ignoraban su trabajo anterior. Entre las muestras de admiración que recibió Portela entonces, sobresalió una petición de Lalo Vázquez Gil para que el Concello efectuara a modo de homenaje una reedición de su impagable obra “Pontevedra Boa Vila”. La intención última de aquella propuesta no fue otra que acercar la obra de Portela a esa nueva generación, dado que el libro estaba agotado. A decir del humorista vigués, constituía “una sintese do ser de Pontevedra, polos dibuxos e pola xente que os glosa, xa que souperon todos escolmar a gracia e o senso pontevedrés”. El Ayuntamiento hizo caso omiso a dicho requerimiento. En cambio, otorgó a Portela aquel año su galardón más preciado: el premio Ciudad de Pontevedra. Su nominación compitió en buena lid con la Sociedad Coral Polifónica en el apartado destinado a reconocer la mejor labor artística. Obviamente, resultaban amores muy distintos; pero la oportunidad del momento en favor del dibujante no tuvo vuelta de hoja. Así lo entendió el jurado calificador, que se decantó por la candidatura de Portela. Aquella edición de los premios Ciudad de Pontevedra coincidió con el primer año de mandato de una corporación elegida democráticamente después de mucho tiempo. Por ese motivo, ninguna autoridad quiso perderse la sesión de honores celebrada por el Concello el 20 de enero de 1980. Poco tiempo después, el Ayuntamiento encargó a Portela el cartel anunciador de las Fiestas de la Peregrina de aquel año, solicitud que el artista atendió de buen grado.

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