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Matías Vallés.

Al Azar

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Boris Johnson decreta el ‘Virexit’

El primer ministro británico se sacude el coronavirus en su momento 'churchilliano' mientras los nuevos negacionistas se abstraen de los números

El entrevistador se remueve en su asiento para efectuarle un reproche a su interlocutor:

No puedes minimizar una pandemia que ha causado más de tres millones de muertos en todo el mundo.

–Tres millones de muertos, ¿y cuánta gente ha muerto durante este tiempo en el mundo?

El relativizador se llama Miguel Bosé, pero su puesta en cuestión de los efectos del COVID le aproxima desde luego al Boris Johnson de “hay que restaurar las libertades de la gente”, o a la ministra Carolina Darias de “no habrá más toques de queda” y de “tenemos que ir más allá de la incidencia acumulada”. Dado que estos giros copernicanos se producen con las cifras de contagios desatadas en ambos países, puede hablarse en propiedad de los nuevos negacionistas, que colocan los efectos hasta ahora insoportables de la pandemia en segundo plano. Lo curioso es que la identidad de los descreídos recién acuñados coincida con los antaño partidarios de las restricciones más radicales.

Las opiniones de los políticos son volubles por definición, así que cuentan con el parachoques de su acreditada frivolidad. Ahora bien, cuando científicos en la órbita de los Gobiernos intentan desviar la atención desde el número de casos a otros parámetros, no solo se desmienten a sí mismos. Si la ciencia renuncia a la contabilidad de nuevos contagios como indicador más fiable o regla de oro, cuesta localizar la frontera con el negacionismo. El peligro de esta escuela de pensamiento irracional se aprecia mejor al recordar que nadie se había atrevido a sostener hasta ahora que “a quién le importa el número total de enfermos de sida”.

A los familiares de los 28 fallecidos por COVID el pasado jueves no les consolará enterarse de que forman parte de una segunda división de la tragedia, sin derecho a uno de los reportajes de UCI que el psiquiatra Rojas Marcos tachó de perniciosos en el fragor de la pandemia en 2020. De hecho, la abstracción numérica ha disparado las alarmas entre los epidemiólogos, con una corriente fuertemente preocupada por el arrinconamiento de los recuentos. El análisis de un suceso por sus efectos secundarios o terciarios es un camino trillado para llegar a influencias tan esotéricas como el 5G. Establecer a ciencia incierta que los nuevos casos no desembocarán en hospitalizaciones, no solo carece de más base que la evidencia momentánea. Sobre todo, suena temerario cuando expertos reputados siguen admitiendo que se desconoce la naturaleza de la encrucijada que lleva a una amplia mayoría de enfermos a una covid sin traumas, en tanto que otros casos experimentan un desenlace fatal.

El 19 de julio es el ‘terminus day’ o Día D señalado por Johnson para levantar todas las restricciones, pese a que ‘habrá más muertes

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En medio de este conflicto de itinerarios, Boris Johnson agarró el pasado lunes el toro por los cuernos. El primer ministro decretó el ‘Virexit’, se independizó de los mecanismos habituales de afrontar la pandemia. Aparte del indefendible juego de palabras, está claro que los avatares sísmicos en la gestión del ‘Brexit’ ayudaron a bandearse al premier. A diferencia de los políticos españoles, no negó la vigencia del COVID, ni la prolongación presumible de los contagios y fallecimientos. No declaró clausurada esta pandemia, señaló la vuelta a la vieja normalidad para que cada ciudadano se mida al virus bajo su responsabilidad.

Boris Johnson escenificó la renuncia a los medios clásicos contra el COVID bajo la inspiración de su biografiado Winston Churchill. El lunes 19 de julio es literalmente el ‘terminus day’ el Día D señalado por el premier británico para levantar las restricciones más características de la pandemia. Se acabó la obligatoriedad de la mascarilla o el metro y medio de distancia social. De nuevo, esta relajación o entrega de las riendas a la conciencia individual se produce bajo la convicción de que “habrá más muertes”. Solo este reconocimiento dramático separa a Gran Bretaña de los manifiestos despreocupados de Bolsonaro.

El asesor científico de Boris Johnson se esforzaba por compartir la convicción de su primer ministro, aunque señalaba a la “cortesía” como uno de los factores que podían empujarle a portar la mascarilla en presencia de terceros. En cuanto a flamante titular de Sanidad en el gabinete británico, Sajid Javid se estrenó prácticamente en el cargo con un artículo el pasado domingo en el ‘Mail on Sunday’. A lo largo de una página, desarrollaba las tesis de su Gobierno con un lenguaje enfocado a los lectores de tabloides. No omitía el mantra de que “hay que aprender a convivir con el coronavirus”, para enumerar a continuación las secuelas indeseables de los confinamientos. Entre las consecuencias nocivas, destacaban la intensificación de la violencia en el seno de las familias y los problemas psicológicos.

No existe un precedente en los años ochenta del enunciado “hay que aprender a convivir con el virus del sida”. En aquella ocasión no fue necesario un ‘Virexit’, se cumplió con la regla eterna de ir declinando el síndrome en las portadas conforme decaía la atención del público. Los gobernantes suspiran sin duda por una desaparición similar del COVID por muerte natural, pero la inercia de un énfasis sin precedentes impide ahora una marcha atrás con suavidad. Más de una autoridad sanitaria preferiría haber modulado el impacto del coronavirus durante sus dos años de vigencia. Boris Johnson insiste en que “la pandemia no ha terminado”, una evidencia salvo para quienes se empeñan en olvidar la incidencia.

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