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Xaime Fandiño

LA ACERA VOLADA

Xaime Fandiño

Aquellas galerías del Plata

En Urzáiz, en la acera que iba desde la gasolinera DIPESA al cruce de Vía Norte, hubo varios escenarios que, por motivos diversos fueron singulares para nosotros entre finales de los sesenta y principios de los setenta. En el callejón Tercio de Afuera, estaba la Pensión Seoane de Florentino Espino, el padre de Luis nuestro querido bajista de los Watios. Florentino era un personaje curioso. Según nos contó su hijo, en una ocasión en la que había caído una potente nevada en la provincia de Ourense y necesitaba viajar a esa zona en su utilitario, creo que era un Dauphine o un Gordini, no recuerdo bien, escuchó en el parte que era obligatorio el uso de cadenas, decidió montarlas en la puerta de su casa y salir con ellas puestas Gran Vía arriba, para no verse en la tesitura de tener que colocarlas in situ cuando aparecieran las heladas. Allí mismo, en Tercio de Afuera y al lado de la pensión de Florentino ensayaban los Stags con Fernando Ferreira. Un buen músico, fan incondicional de The Kinks y un riguroso cronista que ha realizado un imponente trabajo de recopilación historiográfica y anecdótica de aquel Vigo de los conjuntos músico-vocales y así, dejar constancia documental de lo que fue la escena de la época en su monografía “Crónicas de un Vigo Yeyé”.

Pasando Tercio de Afuera, más abajo, a media altura de Urzáiz estaban las Galerías del Plata. Allí, además de la sala cinematográfica del mismo nombre, estaba ubicada la Cafetería Park, un local de cafés, timbas y diferentes celebraciones. La cafetería la llevaban Luis, un tipo afable, tranquilo y dialogante y Pepe “el centra”, un apodo que le venía de su insistencia en la utilización de esa expresión en cualquier situación: “centra para aquí, centra para allá...”. Tenía además una coletilla que metía siempre que podía cuando hablaba con un cliente sobre una tercera persona. En un momento determinado de la conversación preguntaba al interlocutor por la persona a la que se estaban refiriendo y utilizaba siempre esta especie de letanía recurrente: “¿un forte, alto...? (hacía una pausa y decía) ¿...campeón de boxeo?”. Los que no le conocían quedaban alucinados. Los clientes habituales ya sabían que lo normal era que, en cualquier momento de la conversación, cuando se hiciera referencia a alguien no presente Pepe arrancaría con sus preguntas sobre las características físicas del individuo en cuestión para, seguidamente, situarlo como campeón de alguna disciplina bien atlética o automovilística. En el Park paraba como se decía de aquella “mucha juventud”. Allí conocimos a José, Jimmy... o a Willy, que ya no está con nosotros. La gramola de monedas funcionaba todo el día. Algún fin de año de principios de los setenta lo pasamos allí todos arremolinados al ritmo de dos de las canciones del Sticky Fingers de The Rolling Stones. Metiendo duro a duro en la gramola, el single sonaba fuerte y contundente. Los temas eran Bitch y Brown Sugar que, de vez en cuando se alternaban con alguna de Tom Jones seleccionada por un fan incondicional del cantante. Era un tal Roca, un individuo mayor que nosotros que llevaba encima un pedal destacado a base de copas de coñac. Mientras se reproducía la canción, con la copa balón en mano la coreaba, a la vez que profería alabanzas sobre el intérprete del tipo: “Tom, el minero de Gales. Un Dios”.

Pero el Park daba para mucho más, en la parte superior de las galerías había una especie de barandilla que circundaba toda la estancia, donde se ubicaba una empresa de confección denominada Dress Look, no se si la grafía de la marca era exactamente así, si se escribía junto o separado, pero el sonido era el que se corresponde con esas palabras inglesas. En los momentos de asueto, los empleados de la firma de confección bajaban a la cafetería de “Pepe el centra” a tomar un refrigerio y entre ellos estaba Soto, que años más tarde sería el regidor de la ciudad. Allí conocimos al “compañeiro” en estado puro, cafecito y partida relajada. Llegado de Ourense, creo que en aquel momento ejercía como agente comercial de esa firma comercial. Un día, allí sentados en el Park sin consumir, cosa que era habitual pues no había posibles, Chimay y yo que empezábamos a interesarnos en hacer cosas de cuero, conocimos a otro vendedor que nos quería meter en el business de la confección. El hombre se acercó a nosotros y nos comentó que sería una buena idea mezclar el cuero con las prendas, concretamente con la de moda en el momento: el mini pull. Una especie jersey súper corto que dejaba la cintura al aire y hacía furor. El hombre encaró el tema de este modo: “vosotros hacéis figuras de cuero, corazones, la insignia de la paz.., en fábrica se los cosemos a las prendas y yo los vendo”. La estrategia de marketing que proponía para esa relación comercial era el eslogan: “Precisamente venimos con la moda hippie”. No llegamos a hacer nada con el cuero ni con él, pero detectamos de primera mano cuán desfasada estaba la comunicación con las necesidades y anhelos de nuestra generación.

Años más tarde en el local de Dress Look se ubicaría la academia CEBEN dirigida por otro hijo de Florentino el de las cadenas, el hermano mayor de nuestro bajista Luis. En ese edificio del cine Plata o en uno colindante, no recuerdo bien, vivía Pepe Nogueira, una persona singular. Nogueira, cliente habitual del Park, fue un músico muy conocido de la ciudad. Además de violinista de la orquesta de cámara era un hábil multi-instrumentista que tocó en diferentes formaciones de música ligera. Las anécdotas de Pepe son inagotables. Tuve la suerte de tocar con él en Los Santos donde oficialmente era saxofonista, pero le daba a todo. Tenía un amplificador VOX al que, para el encendido, le había instalado una llave de contacto de un auto. Así que, si no llegaba Nogueira, el aparato no se podía arrancar. En las canciones más rítmicas le daba duro al cencerro de tal modo que el metal se iba cuarteando y cuando lograba que se rompiera un pedazo se lo tiraba al público, de la misma guisa que hacen los baterías con las baquetas o los guitarristas con las púas al final del concierto, pero Pepe esta acción la llevaba a cabo de improviso en función del momento en que cedía el material sobre el que batía rítmicamente. Durante una temporada tocó a diario en un cabaret de la zona de la Alameda. Allí estaban ubicados el Fontoria y el Brasil, creo que estaba en una formación contratada en el primero de ellos. Tenía un organista al que, según sus palabras “el órgano le sonaba como una ratonera”. Comentaba que un día ese teclista decidió comprar un instrumento nuevo y que cuando llegó sonaba a gloria. El músico entonces comenzó a acudir fuera de horas al cabaret, cosa que Pepe achacaba a que el nuevo instrumento le invitaba a estudiar. Pero según Nogueira, no fue ese el motivo, sino que “no paró hasta que le sacó al nuevo órgano el mismo sonido ratonero del anterior”. La última vez que vi a Pepe hace ya muchos años, fue en Príncipe. Me dijo que le acompañara hasta su casa porque tenía allí a un alumno de música. Subiendo por Urzáiz le iba dando con las llaves a todas las farolas, escuchaba el sonido que originaban y me decía la nota que emitían: “esta está en sol, aquella en si bemol...”. Parece que Pepe disponía de eso que solo poseen algunos privilegiados, el denominado oído absoluto. Al llegar a su casa en una habitación pequeña, interior y desangelada, había un joven con un piano eléctrico tocando una pieza de música tropical. Nogueira le escuchó atento y al finalizar la interpretación, puso cara de circunstancias y le dijo al muchacho: “imaginate al negro cogiendo café, a la negra que llega con el cesto sobre la cabeza, él le sonríe, ella hace un gesto cariñoso...” así, en este tono siguió argumentando bastante rato mientras el alumno le escuchaba atento y respetuoso. Llegado un momento, el profesor Nogueira le conminó a tocar de nuevo la pieza. El muchacho comenzó a interpretar, para mí, sino igual, incluso peor que antes pues estaba más nervioso y de vez en cuando metía algún gazapo por el medio. Al finalizar, Pepe animado le espetó: “ves,ves... ahora estas viendo al negro a la negra, la plantación... así se toca”. El chaval miraba para él inmutable y con la cara de poker de alguien que no sabe de lo que le están hablando. Al acabar la disertación Pepe, dirigiéndose a la puerta y sin perder la compostura le dijo: “sigue así que vas como Dios”. Al salir, cerró la puerta y dejando al pupilo en la mazmorra con su pieza tropical, miró para mi y, sin librar palabra, puso un gesto de resignación que lo decía todo.

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