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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Olitas vienen y van

Bate una quinta ola del coronavirus las costas y el interior de España, como si el bicho puñetero pretendiese amargarle a la gente sus primeras vacaciones posepidémicas. Esto es un no parar de olas que vienen y van, aunque no sean exactamente las ondiñas de la Rianxeira, de imposible traducción por olitas.

Pocos esperaban ya esta pleamar del SARS-Cov-2 en el arranque del verano. Corría por ahí la hipótesis de que el calor debilita al virus, pero ya se ve que no. Y también la creencia un tanto exagerada de que en el estío solo pueden ocurrir cosas agradables se ha demostrado falsa.

Año y medio después de su espectacular debut, la pandemia sigue tan pimpante, si bien es cierto que las vacunas la han despojado de gran parte de su capacidad letal. Aunque las cifras de contagio empiecen a dar miedo, lo cierto es que –al menos por ahora– la nueva ola no ha conseguido anegar de pacientes los hospitales.

Con la mayor parte de la población vacunada por la zona alta de la pirámide, el peligro de que la marea vuelva a ahogarnos ha bajado bastante. Los chavales, extendiendo ese rango hasta los de cuarenta, no suelen enfermar de gravedad ni, por tanto, tienden a llenar las ucis. De momento.

Matemáticamente, sin embargo, las vacunas no ofrecen una protección del 100 por ciento. Aún queda la posibilidad de que los más jóvenes contagien a una porción de los veteranos vacunados, pero no del todo inmunizados, según advierte oportunamente el portavoz Fernando Simón.

Ahí tiene todavía un campo para ejercer su actividad mortuoria el hiperactivo virus que estos días está encontrando en los jóvenes un alojamiento a su medida. A los mozos se les ha puesto cuerpo de hostal para el bicho, por así decirlo.

Extraña que el Gobierno y la oposición no hayan comenzado a acusarse de generar esta quinta ola. También es verdad que las medidas de relajación han sido adoptadas indistintamente por gobiernos progresistas y conservadores, lo que acaso reste buena parte de su interés a una nueva polémica.

"A estas alturas de una película con tantos giros de guion ya pocos están a los avisos gubernamentales y, cuando hay duda, se prefiere extremar la prudencia"

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En realidad, da igual. La gente ya no se fía gran cosa de lo que le digan los gobernantes; de modo que son ancha mayoría –a simple vista– los que siguen usando la mascarilla a cielo abierto, por más que los mandamases hayan levantado en parte esa obligación.

A estas alturas de una película con tantos giros de guion ya pocos están a los avisos gubernamentales y, cuando hay duda, se prefiere extremar la prudencia.

No es el caso de los rapaces, por razones obvias. La estadística parece garantizarles un daño entre leve e inexistente en el caso de que el bicho se les cuele por la puerta. Se conoce que muchos de ellos han optado por correr el riesgo antes de que les llegue el turno del pinchazo; y, entre conciertos, viajes y botellones, las aguas se han desbordado hasta formar la quinta ola.

De momento se trata de una oleada de números que en unos pocos días ha elevado por centenares sobre 100.000 la incidencia del COVID entre los adolescentes y los veinteañeros. El portavoz Simón reputa la situación de alarmante, lo que, dados sus anteriores aciertos, quizá ayude a sosegar el ánimo de los más aprensivos. Pero la ola está ahí: y hasta el verano parece haberle cogido miedo, visto lo que tarda en llegar.

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