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Un inciso

Del COVID y los lemmings

La cuarta ola llega justo en pleno verano. No refresca ni genera miedo a que pueda arrastrarnos, como lo hace el mar cuando se enfada y parece querer engullir lo que se ofrezca en la orilla. Esta no. Es relativamente suave, pero provoca mucho bochorno. Hace que se nos caiga la gota gorda. ¿Calor? Ojalá. No, es pura vergüenza. No es la primera vez durante esta pandemia que me da la impresión de que parecemos empeñados en caminar hacia la extinción. Tampoco hoy pienso por vez primera en que podríamos merecerla. Mi fantasiosa imaginación le pone imágenes: la de los lemmings y su mito suicida. La comunidad científica terminó rechazando el convencimiento popular de que estos pequeños roedores controlaban su exceso poblacional de un modo radical. ¿Somos muchos? Pues, hala, caminemos hacia un acantilado y que a nadie se le ocurra rajarse en el último momento.

En realidad, lo que les sucede a los lemmings es que son unos procreadores de Guinness. Parece ser que, cuando las condiciones están de cara, se reproducen sin control, tratando de tener el máximo de crías en el mínimo tiempo. Claro, al final puede írsele de las manos y tener un crecimiento poblacional tan excesivo que los recursos son insuficientes para todos y hay que ingeniárselas. Es aquí cuando inician una migración que no entiende de obstáculos. Son, por decirlo de algún modo, cabezones sin medias tintas. Algo similar parece estarnos sucediendo a los humanos, aunque sin la parte simpática que se me antoja para estos pequeños animalitos.

Todos hemos sufrido en carnes propias esta crisis sanitaria. Algunos la han sentido en lo más profundo de su alma tras la pérdida de un ser querido; otros han llorado de impotencia porque se esperaba de ellos que controlasen una situación que, sencillamente, se escapaba a todo control y no conviene olvidar a quienes vivieron el COVID-19 tratando de seguir respirando, luchando desde una cama como jabatos, sin dar su brazo a torcer. Los más afortunados saben de esta crisis aquello del quédate en casa y las medidas que vinieron después para intentar frenar el avance del virus.

Quizás sea en este último grupo en el que se incluyen quienes ahora creen que todo ha pasado; que el SARS-CoV-2 desapareció como lo hizo el estado de alarma y que ahora, que ya no es obligatorio llevar mascarilla en el exterior –ojo, que hay que aprenderse la letra enterita de esta cantinela: siempre y cuando se pueda mantener la distancia de seguridad–, ancha es Castilla.

Pues va a ser que no. El virus ni siquiera se ha agazapado para volver a atacar. Sigue ahí fuera y lo que está sucediendo estos días en A Estrada lo deja bien claro. Algunos estradenses tienen grabada a fuego la estampa de la noche del 25 al 26 de junio. En un ambiente festivo, hubo quien no dudó en retirar la mascarilla pasada la medianoche y ondearla como su fuese el birrete de graduación. Sin embargo, y por desgracia, no todos los problemas tienen septiembre. Hemos dado muestras de que estamos todavía muy verdes para graduarnos en pandemia y que, aquellos que celebraban desatados la licenciatura son los que más tienen que hincar los codos. Población no vacunada y, como han evidenciado, poco preparada, al menos en la escuela del respeto y el sentido común.

A Estrada estaba próxima a quedarse, una vez más, libre de virus. Sin embargo, una comida entre amigos y reuniones de jóvenes durante las fiestas han hecho que los casos activos experimenten en los últimos días un incremento sostenido. En las últimas jornadas han sido 14 los infectados, aunque la cifra se queda en 13 tras dos altas, previsiblemente ligadas a los dos casos existentes antes del San Paio.

Me da pena que el aumento de estos casos activos se ligue a las fiestas patronales. Es cierto que es una resaca del botellón y el descontrol que coincidieron con la celebración del San Paio, pero no puede entenderse como un síntoma de que las fiestas no fuesen seguras. Los eventos estuvieron bien organizados y controlados. Quienes no cumplieron con lo que se establecía son, claramente, los que no merecen que nadie pase el esfuerzo de organizar unas fiestas para su disfrute.

No se puede arrojar piedras sobre los más pequeños. Cualquiera que se viese ahora con 18 años no sabe cómo actuaría en una situación tan extrema como la que estamos viviendo. Puede ser que a estos grupos de edad tengan una menor percepción del riesgo y la falsa seguridad de quien cree que no es presa fácil. Sin embargo, no nos engañemos, también entre los contagiados los hay con una edad más próxima a sentar la cabeza. Para muestra, un último botón: una quincena de personas estaban ayer pendientes de que se le realizase una PCR después de haber compartido una despedida de soltero en el vecino Portugal.

Las ganas de normalidad son comprensibles. Todos las sentimos. Queremos recuperar nuestra vida y seguir hacia delante. Entiendo el deseo de estos amigos de reunirse para celebrar un momento importante de uno de ellos. Sin embargo, por más ganas que tengamos no podemos engañarnos. El contexto es aun el que es. No tenemos todavía la situación de cara. No seamos lemmings. No nos empujemos unos a otros hacia el acantilado.

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