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Carmen Martínez-Fortún

Lecturas y desesperación

No sé si mi afición a la lectura proviene de las convalecencias de mi niñez cuando una tata muy mayor y muy sorda solía leerme cuentos. Yo era una niña sana pero padecía de la garganta y mi madre y no digamos la madre de mi padre, en cuya casa disfruté confinada unas paperas estupendas para no contagiar a mis hermanos, me mandaban a la mínima a la cama porque estaba destemplada, palabra que aún me suena a frente caliente y ojos picantes.

O puede que mi pasión se deba a los tebeos y cómics de aquellos, como Hazañas bélicas, donde aprendí a distinguir los cascos alemanes de los ingleses, Roberto Alcázar y Pedrín, El capitán Trueno o el Jabato. O a lo peor a las fotonovelas de siesta veraniega de pelos cardados y diálogos horrendos, encerrados en nubes blancas que apuntaban a sus bocas desesperadas o abandonadas o al final felices.

O puede que mi pasión se deba a los tebeos y cómics de aquellos, como Hazañas bélicas, donde aprendí a distinguir los cascos alemanes de los ingleses, Roberto Alcázar y Pedrín, El capitán Trueno o el Jabato

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Mucho antes de aficionarme a Enid Blyton, adoraba a Tintín y a Astérix y Obélix. De ellos me he acordado mucho estos días en que he intentado dar de baja un móvil y una póliza de seguros y todavía ando ahí, que no hay manera. En Las doce pruebas de Astérix, los galos irreductibles superan once, pero en una sucumben porque ninguna poción mágica, ni caerse en ella de pequeño sirven para triunfar sobre la burocracia. Goscinny y Uderzo parodian las ventanillas francesas y su administración, infierno que casi los derrota, mas si ambos paladines hubieran caído hoy en manos o mejor en cháchara de una compañía telefónica o de una aseguradora, hubieran muerto desesperados como desesperada sigue esta impertinente. Y lo mismo le hubiera ocurrido a nuestro Larra, si levantara la cabeza para comprobar que su vuelva usted mañana se ha convertido hoy en un calvario que empieza enumerando condicionales y números por una voz desconocida tras un teléfono para terminar reclamando mil requisitos digitales imposibles con objeto de solucionar un trámite simple de puro fácil y que con buena voluntad duraría unos minutos.

Por eso aquí dejo hoy mi grito de desesperación. Que no todo va a ser quejarse del gobierno.

*Profesora

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