Acaba de salir a la venta 'The President’s Daughter', la segunda novela de Bill Clinton y James Patterson. La primera que publicaron a dos a manos, 'The President is Missing', vendió más de doscientos cincuenta mil ejemplares en la primera semana. Ahora ya supera los tres millones. Patterson siempre garantiza un bestseller. En su oceánica bibliografía se contemplan títulos de géneros disímiles, desde la novela detectivesca hasta la ciencia ficción pasando por los cómics y la literatura infantil, gran parte de ellos escritos con la colaboración de otras personas. La firma de Patterson genera tanta rentabilidad que en la contraportada de una de sus novelas, 'The Black Book', aparece un texto del autor elogiándose a sí mismo. “Creo que es el mejor trabajo que he realizado en veinte años. Espero que lo disfruten.”

Patterson tampoco tiene ningún problema en reconocer que no redacta algunos de los textos que llevan su nombre; hace resúmenes de tramas, informes y comentarios que envía a sus colaboradores para que estos ejecuten el proyecto. Lo “literario”, en sí mismo, no le interesa mucho. No se considera un hombre de letras sino un creador de entretenimiento; piensa y trabaja como el director de una compañía. Y le va muy bien. Según la revista Forbes, sus productos editoriales le proporcionan alrededor de ochenta y nueve millones de dólares al año. Más de sesenta libros suyos alcanzaron la primera posición en la lista de los más vendidos. En Estados Unidos, la suma de las ventas de Stephen King, John Grisham y Dan Brown no superan a las de Patterson. “No trato de revolucionar la estructura de la novela. Simplemente he descubierto que menos es más”, le dijo a un periodista de The New Yorker. Cree que el exhibicionismo estilístico imposibilita el buen funcionamiento de las narraciones. Las frases, afirma, importan menos que las historias.

Lo 'literario', en sí mismo, no le interesa mucho. No se considera un hombre de letras sino un creador de entretenimiento; piensa y trabaja como el director de una compañía. Y le va muy bien

Patterson, por supuesto, viene de la publicidad. Fue gracias a 'La hora de la araña' (1993), un thriller psicológico protagonizado por el detective Alex Cross (interpretado por Morgan Freeman en su adaptación cinematográfica) que iniciaría toda una serie, cuando el novelista puso la primera piedra de su imperio. Lo hizo con un innovador anuncio de televisión. Por aquel entonces los editores no creían en este tipo de campañas publicitarias. La novela, sin embargo, se convirtió en un éxito. Hasta ahora sigue siendo su libro más vendido. En un extenso perfil publicado en 2010 por The New York Times, Patterson explica su filosofía: “Si quieres escribir para ti mismo, hazlo en un diario. Si quieres escribir para unos amigos, abre un blog. Pero si quieres escribir para un montón de gente, piensa un poco en los demás. ¿Qué les gusta? ¿Cuáles son sus necesidades? Muchas personas en este país se pasan los días adormecidos. Necesitan entretenerse. Necesitan sentir algo”. Patterson se toma esa estrategia populista tan en serio que, cuando vio que John Grisham lo superaba en la Costa Oeste, decidió contraatacar ambientando su nueva novela en San Francisco. El escritor provoca admiración en ambos lados del espectro político. Guarda las cartas que le enviaron los Bush (padre e hijo) y juega al golf con Donald Trump. Pero en su casa tiene una foto de Clinton durante el escándalo de Mónica Lewinsky bajando las escaleras del Marine One con uno de sus libros en la mano. Hace unos años publicó un relato para niños con Bill O’Reilly, el expresentador de Fox News que fue despedido tras conocerse las acusaciones de acoso sexual.

'The President’s Daughter' se puede encontrar en diversos establecimientos. Yo lo encontré en Costco, una cadena de supermercados. Sí, el libro contiene reflexiones poco logradas (“la política puede destrozar la vida de una persona”; “no es fácil mantener una vida normal en este lugar tan poco normal”), pero la narración fluye gracias a los brevísimos capítulos y al estilo minimalista. El lector la consume con rapidez porque todo ocurre muy rápido (en otra campaña de televisión aparecía gente leyendo sus libros haciendo footing). Patterson es una suerte de Michael Bay de la literatura. Él mismo ha dicho que desea que sus libros se disfruten como una película, un blockbuster, a ser posible. Algunos críticos se cachondean de la prosa de Patterson y de las fantasías de Clinton, a quien le reprochan no haber contribuido demasiado al proyecto (se supone que el novelista posee la fórmula mágica del storytelling y el expresidente ofrece información privilegiada de política antiterrorista) más allá de reflejar en el relato una versión descaradamente idealizada de sí mismo (el héroe es monógamo y valiente, nada menos). El libro, sin embargo, ocupa bastante espacio en las páginas culturales de los grandes periódicos. Un fenómeno editorial de semejantes dimensiones no puede (no debe) ser obviado por la prensa. James Patterson, un escritor tan exitoso que ya no tiene que escribir para publicar, conoce bien las necesidades del pueblo. En el Times y en el supermercado.