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Xaime Fandiño

LA ACERA VOLADA

Xaime Fandiño

Transmisión oral

Las experiencias vitales en la niñez de los nacidos en los años cincuenta se desarrolló en base a la transmisión oral y las representaciones participativas, en vivo y en directo.

La gente contaba cosas, nosotros las memorizábamos y, a partir de ahí, creábamos nuestros propios universos. Los maestros, los padres, la familia, los colegas eran los transmisores del conocimiento. No había demasiados inputs. La televisión entró tarde en nuestras casas y la radio era un tema de mayores. Las interacciones no eran mediatizadas, siempre eran físicas y en directo.

Cuando llegaba el verano, nos llevaban a ver a Gorgorito, un espectáculo de guiñol con bruja y estaca, de la compañía Maese Villarejo. Una familia de titiriteros que no fallaba año tras año a la cita con los niños de la ciudad. Creo recordar que, cuando venían a Vigo, la familia Villarejo se instalaba en el camping de Samil.

Gorgorito, el personaje principal del guiñol, representaba a un niño valiente y justiciero que trataba de hacer el bien frente a los engaños y tropelías de una bruja. La aparición de Gorgorito en escena venía precedida siempre por un sonido inconfundible: “parabá... parabá... parabá, parabá, parabá, parabá.” Se valía de una especie de raqueta que denominaba estaca y que utilizaba para currar a estacazos a esa bruja que no paraba de hacer maldades. La estrategia narrativa se centraba en que la bruja en sus intervenciones daba más información a los niños sobre sus intenciones que la que tenía Gorgorito, de modo que, cuando este tomaba decisiones erróneas, los niños sufrían y gritaban intentando que conociera las maléficas intenciones de la bruja. Pero Gorgorito no siempre entendía la información que le trasladaban los niños, así que a veces tomaba caminos que complicaban la trama. Así, los niños interactuábamos a voz en grito intentando ayudar a Gorgorito cuando nos preguntaba cualquier cosa, como por ejemplo por qué parte del escenario se había escapado la maga, “¡por allí!”, decíamos todos a la vez y señalando, pero Gorgorito iba siempre hacia el otro lado y todos señalábamos al lado opuesto diciendo: “¡no, por allí!”. El caso es que la bruja siempre conseguía escapar, hasta que al final del sainete Gorgorito la pillaba, le daba una buena ración de estaca que sonaba fuerte por la megafonía y la lanzaba por el aire, cosa que aplaudíamos todos los niños coreando con él las acciones: “toma, toma y... por el aire...”. La apoteosis se producía cuando todos cantábamos a coro: “Té, té, té... té, chocolate y café. El cuento se ha acabado y a todos ha gustado. Té, té, té... té, chocolate y café”.

Generalmente el espectáculo de Gorgorito era en Castrelos, pero lo recuerdo algún año en las Avenidas. Al auditorio de Quiñones de León también íbamos en alguna ocasión por la noche con nuestros padres a ver el ballet de Antonio, así como a las principales fiestas de la ciudad: las de la Ribera del Berbés, Bouzas o las Avenidas eran visitas obligatorias en familia. Nuestra vida relacional y analógica recibía los reclamos de toda esa actividad directa y humana y de ahí sacábamos retazos de cultura popular como la que salía de la megafonía de las tómbolas: “la muñeca andadora y el balón playero”.

También en las casas, cada uno recibía transmisión oral de padres y abuelos que consistía en canciones, poesías, cuentos... A día de hoy todavía me veo en el colo mi abuela cantándome una canción que aún recuerdo . Decía más o menos así: “Soy señores la chavala, que ahora vendo el Liberal y que traigo las noticias y gano siempre un buen jornal. Traigo noticias de todos los países y partes de la guerra que causan sensación, vengo a contarles un crimen Granada, los toros de esta tarde y un robo en la estación. El Liberal... País, Correspondencia, Abc, Imparcial, información mundial”. El Liberal era un diario de orientación liberal republicana que fue incautado y liquidado por el gobierno franquista. Por eso, cuando, inocente de mí, en los años cincuenta se lo cantaba en la calle a voz en grito a mis colegas para que aprendieran la letra, mi madre y abuela que desde casa y con las ventanas abiertas escucharon la melodía, salieron al balcón desde donde, de una forma disimulada que yo no lograba entender, nunca las había visto relacionarse así conmigo, me conminaban a subir para casa. Una vez allí, me dijeron que eso no se podía cantar en la calle y que, mientras estaba entonando la melodía, había pasado una persona a la que no le gustaba esa canción. Los padres eran muy protectores y trataban de no traspasar a los niños las penurias de los adultos. De modo que, hasta que tuve edad suficiente no me enteré del porqué esa canción no la podía cantar en la calle.

Una canción menos traumática y mucho más festiva fue la que le hizo la ciudad de Vigo para recibir la llegada de los gigantes y cabezudos a la ciudad. Mi madre me contó que los personajes de cartón fueron construidos en Valencia por artistas falleros. Un día, arribaron en tren a nuestra estación y todos los niños de Vigo, incluida mi madre, fueron a recibirlos. Mi madre conservaba como oro en paño en un papel rojizo, parece que aún lo estoy viendo, la letra de la canción y un pentagrama con la melodía. Era una especie de convocatoria gráfica para comunicar el evento que en su día había sido distribuida por el concello entre todos los vecinos de la ciudad. En casa, la canción de los cabezudos primero la cantaban a dúo mi madre con mi abuela y, una vez que la aprendimos los niños, en ocasiones la entonábamos todos a coro. Me imagino que a mi madre esa interpretación le hacía rememorar aquel momento tan feliz de haber sido partícipe, en primera persona, de la llegada de aquellos héroes de cartón-piedra a la ciudad. La letra, decía más o menos así: “Bienvenidos, bien llegados, tanto os hemos esperado que la niñez se esfumó, es que teníais pereza, os pesaba la cabeza o qué diablos ocurrió”. Después de esta introducción de bienvenida, donde se da forma poética a la ansiedad contenida de los niños esperando su llegada, continúa una estrofa que hace referencia a lo que les espera ese primer día en la ciudad: “Esta es tierra acogedora y os espera en buena hora, no os faltará distracción, si os sujetáis al programa, cuando os metáis en la cama vais a dormir como un lirón”. Seguidamente, en el verso que va a continuación, se concreta el tipo de actividades que les tienen programadas y, a mayores, les dan un consejo específico en referencia a su volumen craneal: “Veréis Bouzas y Chapela. En un barquito de vela vais a atravesar el mar. No cometáis la torpeza de echar fuera la cabeza por temor naufragar”. Y ya, para finalizar, como no podía ser de otra forma en Galicia, se toca el aspecto gastronómico: “Os esperan atracones (de centollos y lacones) que son frutos de la región, y si añoráis a Valencia, bien se os compensa la ausencia y se os aumenta la ración”.

Seguro que hay muchas más canciones aprendidas en el colo de las madres y abuelas de mi generación. Esto es sólo una leve foto fija que retrata un modelo de sociedad extinguido, donde los niños interactuábamos con los mayores de un modo muy diferente al de hoy. No existía tecnología mediadora. A la televisión le quedaba un decenio y a las redes y el Fortnite ni os cuento. Quizá por eso, todo se desarrollaba de un modo más natural, orgánico e intergeneracional.

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