Cuanto más se vacían los pueblos, más rápido es el avance de especies como el jabalí, el lobo y ahora el oso hacia zonas hasta ahora dominadas por el hombre. Hace unas semanas se registraba en la vecina Asturias, el primer ataque de un oso pardo a un ser humano en el Noroeste en décadas. Con ser excepcional este episodio, el aumento de daños a la ganadería y la agricultura pone de manifiesto la cada vez más conflictiva convivencia de los habitantes de determinadas zonas rurales con la fauna salvaje. Ha llegado el momento de reflexionar sobre la dialéctica entre coexistencia y conflicto, ya que ambos van a ser más frecuentes a partir de ahora en los concellos rurales, sobre todo del interior y la alta montaña. Bajo control, la fauna tiene que convertirse en oportunidad, no en problema. Pero el despoblamiento trae consecuencias, y frenarlo es una emergencia.

A consecuencia del éxodo rural, la pérdida de actividad agroganadera y el consiguiente avance de la vegetación incontrolada, ya resulta difícil determinar dónde acaban los pueblos y comienza el monte. La presencia más amplia del lobo con los ataques frecuentes al ganado y el retorno más reciente del oso, con los planes que han permitido evitar su extinción, es otro de los síntomas del creciente vaciamiento de ciertos concellos gallegos. Un fenómeno, el de la ampliación del radio de acción de los animales salvajes, que supera el ámbito de lo rural, como certifica incluso la presencia de jabalíes en el asfalto de ciudades gallegas.

En Galicia, la Consellería de Medio Ambiente ha dispuesto subvenciones por 2,6 millones de euros para paliar los ataques que la fauna salvaje ocasiona entre los agricultores y ganaderos. La principal novedad de este año es la inclusión de ayudas para indemnizar a los damnificados por el oso pardo, una línea pensada especialmente para los apicultores de la montaña de Lugo. Los plantígrados se acercan cada vez más a los entornos de esos pueblos para alimentarse de las colmenas y los frutales. La explicación es sencilla. La población de oso pardo aumenta en el Noroeste y eso, unido al abandono rural, con el consiguiente desestimiento de la gestión forestal en los entornos de los pueblos, lleva a estos animales a acercarse más a ellos en su búsqueda de alimentos.

Los pueblos van quedando dentro de los bosques y es ahí cuando se acercan los osos junto a las casas a los contenedores o donde huela el alimento

El caso del reciente ataque de un oso en celo a un humano en una localidad asturiana es sintomático del progresivo acercamiento de esta especie a los pequeños núcleos. En esa aldea abundan los vídeos de un ejemplar al que incluso los habitantes han puesto nombre, “Serafín”, que se pasea por las calles y se alimenta de los desperdicios de los contenedores. Los ejemplares jóvenes, que se ven desplazados por machos dominantes, se están habituando a la presencia humana y esa situación entraña un peligro que no hay que desdeñar. Su seguimiento así lo constata. Antiguamente, todos los pueblos tenían un perímetro grande de fincas de cultivo alrededor que amortiguaba que los osos llegasen al pueblo, porque si querían maíz lo comían en la vega. Pero, como argumentan los expertos del Fondo para la Protección de los Animales Salvajes (Fapas), desde hace décadas la disminución de la actividad humana en la montaña ha sido drástica y ya solo queda la ganadería. Los pueblos, como especifican, van quedando dentro de bosques y matorrales y ahí es cuando se acercan los osos “junto a las casas, a los contenedores o adonde huela a alimento”.

En los últimos treinta años solo se habían registrado ocho incidentes con contacto físico entre humanos y osos en España. Siete de ellos ocurrieron en el Noroeste, en particular en la Cordillera Cantábrica, pero ninguno en Galicia. Aunque los expertos aseguran que estos ataques, esporádicos, “constituyen más un problema psicológico que una amenaza real”, los habitantes de los municipios afectados llevan años quejándose del incremento de los daños provocados por el plantígrado en colmenas, frutales y ganado, y por la cada vez mayor frecuencia de ejemplares merodeando por zonas habitadas. A consecuencia del calentamiento global, los especialistas auguran que los osos serán en un futuro inmediato más activos durante el invierno, limitando su periodo de hibernación, lo que los llevará con mayor frecuencia a buscar alimento en zonas habitadas.

Asegurar la supervivencia de una especie tan emblemática debe seguir siendo tarea irrenunciable más aún para mantener la biodiversidad de estos ecosistemas. Pero a la vez es preciso proteger los intereses económicos de los habitantes del rural

El oso pardo fue declarado especie protegida en 1973, cuando su población en el Noroeste se encontraba en tan franco retroceso que hubo que extremar su protección. La especie, que según los últimos censos pondría alcanzar ya los 330 ejemplares, se ha convertido en un emblema de la conservación de la naturaleza y en seña de identidad de estos espacios. Y no debe perder esa consideración, por lo que su presencia supone y por lo que también aporta para algunas de esas economías rurales. Así los osos habitan nuevos espacios y es probable, augura la Fapas, que con los años se vayan desplazando hacia el Oriente gallego, Zamora y el sur de León.

En una época en que se han disparado las actividades deportivas y de ocio en la naturaleza conviene disponer de protocolos más efectivos para evitar encontronazos que, por un lado, comiencen a empañar la buena imagen de que goza este animal y, por otro, incrementen el malestar creciente de los habitantes de las zonas rurales. El abandono, cuando no el olvido, al que se sienten sometidos los empuja a marcharse de la aldea.

Asegurar la supervivencia de una especie tan emblemática debe seguir siendo tarea irrenunciable más aún para mantener la biodiversidad de estos ecosistemas. Pero a la vez es preciso proteger los intereses económicos de los habitantes del rural y garantizar su seguridad frente a la fauna silvestre. Los daños que ésta ocasiona a sus cosechas hacen necesario minimizar su impacto y conciliar su existencia con la viabilidad y los intereses del sector primario. Es bueno que haya más osos, pero muy malo que donde perviva no queden apenas paisanos o estos se sientan amenazados. Urge frenar el despoblamiento y prestar mayor atención a las necesidades de los vecinos de los territorios más vaciados antes de que quien esté en peligro de extinción no sea la fauna salvaje, sino la población rural.