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El llamado pasaporte COVID, documento que ha puesto en marcha la Unión Europea para poder viajar sin trabas por todos los países que la forman, es el primer paso que se da para recuperar la ansiada normalidad en un rango esta vez internacional. A mí me parece que el Govern ha hecho bien anunciando por medio de Juli Fuster, director general del Servei de Salut, que los ciudadanos van a poder sacarse a partir de la semana próxima esa especie de salvoconducto tanto a través de la página web del IB-Salut como acudiendo a las oficinas que se van a habilitar a tal respecto. ¿Qué sentido tendría desaprovechar la ocasión?

Mis dudas se refieren al sentido del pasaporte como certificación de que quien lo porta está libre de sospechas de ser vehículo de contagios. Para obtener el papel de marras hay que estar vacunado –con lo que el pasaporte tiene una vigencia indefinida, es decir, permanente–, haber pasado la enfermedad del COVID-19 –la vigencia es de seis meses– o hacerse una PCR o un test de antígenos que da una validez de solo 72 o 48 horas en uno y otro caso. Dejemos de lado este último pasaporte, válido en la práctica para un solo viaje. Los otros dos garantizan de forma administrativa lo que es más que dudoso en términos sanitarios. No se sabe, de hecho, cuánto tiempo duran los anticuerpos que genera el sistema inmune tras contagiarse por la razón bien simple de que se carece de los estudios que se planteen tal hipótesis. Y por lo que hace a las vacunas, las primeras instituciones interesadas en saber lo que dura la inmunidad que otorgan son las propias empresas que las fabrican. Pues bien, todas ellas se están planteando ya cuándo deberán inyectarse las nuevas dosis de recuerdo.

Dicho de otro modo, no tenemos ni la menor idea de cuál es el grado de protección personal que dan, lo que se supone que es el fundamento mismo del pasaporte COVID. Pero lo que es más importante, es decir, la prevención del riesgo de contagiar a otros ,no viene garantizada por ninguna vacuna de las existentes, ni tampoco por el hecho de haber pasado la enfermedad. Lo que los anticuerpos nos brindan es ayuda ante una posible nueva infección, no una barrera que impida contagiarnos. Con lo que, con pasaporte o sin él, seguiremos siendo transmisores potenciales del coronavirus.

Así que, en realidad, estamos hablando de un certificado cuyo objetivo no es en sí mismo sanitario sino económico, es decir, dirigido a combatir la otra gran crisis permitiendo que el turismo se recupere algo. Como es obvio, si eso lo sé yo también lo saben las autoridades que han dado paso al pasaporte COVID asumiendo que es preferible sufrir los riesgos de repuntes en los contagios, ahora que buena parte de la población europea está vacunada, a cambio de que la economía se recupere, que falta le hace. El tiempo nos dirá si se trata de una estrategia feliz o desastrosa.

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