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Hanna Stefaniak

¿Qué pasa con los libros?

Ante el desprestigio y olvido de un tesoro de la humanidad

¿Qué está pasando con los libros, logro y tesoro de la humanidad, testigos de nuestra existencia? Carlos Ruiz Zafón escribía sobre el “cementerio de los libros olvidados”, una película contaba sobre la “Biblioteca de los libros rechazados” y otra nos conmovió con la historia de “La ladrona de libros”. El libro fue siempre el bien más preciado, señalando con artísticos Ex Libris al propietario de la biblioteca a cual pertenecía, vigilado y a veces custodiado en un armario con una llave muy guardada. Su posesión fue privilegio de los que se distinguían por ser letrados o simplemente por saber leer y tener curiosidad por el mundo. Quizás se está volviendo en parte a los tiempos de Alto Medievo, postcaída del Imperio romano, en que las altas esferas de sociedad, más que dedicarse a las letras, optaban por el manejo de las armas, mientras la lectura y la escritura quedaron reservadas a los monasterios. En tiempos visigodos fue el erudito San Isidoro, arzobispo de Sevilla (siglo VII), quién abogaba por el estudio y la educación de las esferas dominantes, con el fin de salvar del olvido los logros de la cultura greco-romana.

En el siglo XIX, algunos poetas románticos europeos soñaban con que un día el libro pudiese estar presente bajo los techos de palloza. Y aquel sueño llegó a ser realidad en el siglo XX, en unos países antes y en otros después. La revolución rusa no cambió solo el orden social, sino también simplificó el alfabeto cirílico, para facilitar su aprendizaje, evitar errores ortográficos y erradicar el analfabetismo. En la mayoría de los países europeos de la época se organizaban concursos de lectura para escolares y también de declamación de memoria de páginas enteras de libros. En general, a través de la lectura se trataba de potenciar no solo el conocimiento, sino también la memoria.

Para una persona joven, una novela es el anticipo de las experiencias buenas y malas que le esperan en la vida, puede alertar ante los peligros, hacer reflexionar sobre ciertas conductas e influir en como dirigir su vida. De algunos libros no nos queremos despedir, como de los mejores amigos, y nos acompañan a lo largo de la vida, aunque sea en la estantería de una habitación, haciendo cada uno de ellos de “ángel de la guarda” a quien se acude en momentos difíciles, al que podemos tocar y llegar a acariciar el recuerdo de las emociones que produjo durante su lectura en los años jóvenes, del que volvemos a releer algunas páginas preferidas una y otra vez. Según Miguel de Cervantes, “en algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para dar un sentido a la existencia”.

Para una persona joven, una novela es el anticipo de las experiencias buenas y malas que le esperan en la vida, puede alertar ante los peligros, hacer reflexionar sobre ciertas conductas e influir en como dirigir su vida

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Para un estudioso, el libro es fuente de conocimiento. Unos lo tomaban en sus manos con esmero y devoción, otros lo consideraban una herramienta más en el proceso de su estudio. A pesar del respeto a sus páginas, subrayaban las frases importantes, añadían observaciones y comentarios a lápiz en sus márgenes. Así hacían el libro más suyo, ya que “cada libro tiene el alma de quién lo escribió y de los que lo vivieron y soñaron con él”, según las palabras de Carlos Ruiz Zafón.

Hubo momentos duros para los libros, que acababan en las hogueras una y otra vez, a lo largo de la historia. Y no era porque fuesen inútiles, sino peligrosos portadores de ideas incómodas. Sin embargo, siempre algunos sobrevivían a su holocausto y servían a las generaciones futuras.

En un tiempo relativamente corto, ya en el siglo XXI, las bibliotecas famosas se convirtieron en museos, donde los privilegiados pueden entrar con guantes blancos, ineludibles para el manejo de los incunables. Los libros menos antiguos pasaron de ser sujetos que nos llenaban de emoción, a objetos meramente decorativos. Hasta hace algún tiempo relativamente corto, unas filas de cartón simulaban lomos de enciclopedias en los salones cursi de algunas casas. Ahora en las estanterías hay auténticos lomos multicolores que sirven de fondo a fotos para algunos personajes, dándoles un aire de cierto nivel intelectual.

El libro sigue estando vivo como objeto de necesidad de la mente, del espíritu y del corazón

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Ya a nadie preocupa la “excomunión a quienes enagenaren algún libro de esta biblioteca… sin que pueda ser absuelto”, como reza en las disposiciones papales de la Biblioteca de la Universidad de Salamanca. Ahora los libros decoran los alféizares de los establecimientos gastronómicos y de algunos pubs, proporcionándoles un aspecto distinguido y nadie tachará de ladrón al que se apropie de algún ejemplar. Más aún, sus hojas sirven ahora de material para hacer atractivos e ingeniosos origami, que se venden con más éxito que los libros mismos.

Parece que con las nuevas tecnologías no hace falta ya ni aprender a escribir a mano (se suprimió esta tarea en Finlandia), tampoco aprender ortografía del propio idioma (porque el ordenador la va a corregir), ni aprender algo y memorizarlo, porque el “san Google lo sabe todo”. Sería muy divertido imaginarse una situación, en que nos falle ésa “fuente de sabiduría”. Posiblemente volveríamos a las cavernas.

Reza un proverbio hindú que “un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”.

Esperemos que la Feria del Libro de muchas ciudades españolas demuestren que el libro sigue estando vivo como objeto de necesidad de la mente, del espíritu y del corazón.

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