Para empezar una aclaración previa: no voy a entrar en el llamado con razón “tarifazo”, o sea, en las consecuencias económicas para los consumidores del cambio en las tarifas de la luz. El mundo del suministro eléctrico en las viviendas pasó de ser una cosa relativamente sencilla a complicarse paulatinamente hasta convertirse en un galimatías incomprensible. Antes tenías una compañía; ahora hay empresas distribuidoras, comercializadoras, de mercado regulado, de mercado libre, el bono social, las tarifas con discriminación horaria, … Las facturas de la luz siempre fueron un arcano indescifrable, pero ahora con la nueva normativa que acaba de entrar en vigor, el berenjenal con las tres nuevas tarifas y las dos potencias, se complica hasta límites insospechados y las ofertas que las empresas están ofreciendo son un auténtico guirigay.

Se nos dice que todo este proceso es beneficioso para el consumidor, porque podremos elegir lo que mejor nos convenga. Pero ¿cómo podremos elegir objetivamente entre semejante confusión de tarifas, ofertas, empresas, sistemas de tarifación horaria, potencias contratadas, descuentos, etc. con que últimamente nos están bombardeando las empresas eléctricas? ¿Qué beneficio es este que obliga a los trabajadores a restar horas de descanso para poner la lavadora y molestar a los vecinos? Y si vas a las empresas a pedir información, te sueltan un rollo técnico y un galimatías de tarifas y horarios que te quedas a dos velas (nunca mejor dicho). Tengo claro el propósito último de todo esto: no se equivoquen, no es la milonga de que hay que optimizar la producción, distribución y consumo eléctrico; el verdadero objetivo es, como siempre, maximizar beneficios, que no nos enteremos de nada, no podamos elegir objetivamente y paguemos sin rechistar.

Y lamentablemente, no podemos esperar nada de nuestros políticos. ¿Qué hace ante esta situación el comunista Sr. Garzón, ministro “florero” de consumo de este patético gobierno? Los partidos políticos van a lo suyo y los sindicatos están desaparecidos. Y aunque nos venden la moto de que todo se simplifica, realmente está sucediendo exactamente todo lo contrario: el Estado es un monstruo, una “jaula de hierro” burocrática que regula todos los aspectos de nuestra vida y los procedimientos administrativos se complican hasta límites kafkianos, por mucho acceso telemático (otro galimatías) que nos quieran contar. Y la farragosa comercialización de la energía eléctrica no es ajena a este proceso. El mecanismo es bien conocido: la complejidad como instrumento de ocultación. Por eso reclamo a las asociaciones de consumidores para que tomen cartas en el asunto y exijan la simplificación de todo este embrollo para contratar y facturar el suministro de energía eléctrica. Los consumidores, individualmente, estamos completamente indefensos. Solo si actuamos colectivamente podemos reaccionar ante este atropello. Hoy, que hay tanto activismo por coñas (o coños, o coñes; lenguaje inclusivo, dicen) marineras, se hace imprescindible una gran movilización social ante este tema, que sí es realmente importante, porque afecta directamente a nuestro bolsillo y a las cosas de comer.