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José María de Loma.

Teoría del ministrable

El ministro nace (“señora, ha tenido usted un ministro de Fomento”) pero el ministrable se hace. El ministrable comienza ya en la adolescencia a aspirar al cargo. Toma un carné de partido, traiciona a algunos amigos, prueba el poder de lisonjear, elige bien las compañías y presenta una recurrente afición corbatil que suele curarse con la ayuda del médico y, en caso de izquierdismo, con el pasar de la veintena. Chaquetas sí compra de varios colores. El ministrable siempre está atento al teléfono y habla del presidente de turno en tono coloquial, perdona, es José María, disculpa, creo que me llama Mariano, espera, que Pedro me está escribiendo. El ministrable ha mirado, tiene mirado de siempre, los alquileres y restaurantes de Madrid, las cafeterías más nobles de la capital. Los sitios donde dejarse ver. Por si acaso. El ministrable no tiene vocación clara por Cultura, Administraciones Públicas, Justicia o Defensa y nunca verbaliza que Agricultura le parece poco.

El ministrable tiene muy advertida a su pareja de que podría tocarle Exteriores, ya sabes, Maripuri, hay que aguantar, serán un par de años viajando mucho pero luego podré pedir una vicepresidencia cómoda. El ministrable no siempre llega a ministro, pero cuando llega cambia todo el mobiliario de las dependencias ministeriales para darle un toque más moderno a la administración, que ha de estar al servicio del ciudadano y Gutiérrez, hombre, pide ya unas croquetas a Lhardy que ya me ha dicho el subsecretario que aquí es costumbre en llegando la una y media. El ministrable ya le ha dicho a su círculo (las personas normales tenemos amigos y familia pero ellos tienen círculo, le ha dicho a su círculo) que él es un hombre sencillo y que eso del coche oficial le parece ostentoso y que bueno, lo utilizará porque un ministro ha de llegar a tiempo y descansado, eso sí, los fines de semana no piensa renunciar al paseo antes de comer, no muy largo tampoco, que ministro también es uno un sábado.

"Los ministrables son legión, pero no legión extranjera y sí legión patria, legión de engañados, desengañados, inocentones, petulantes, postergados o triunfantes"

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Sánchez no tiene cuaderno azul, como tenía Aznar. Pero tendrá una lista de ministrables. Ah, qué bello término, qué sublime condición. Ministrable, oiga, soy ministrable. Ponme un poquito más de arroz, Mary Carmen, hija, que ya soy ministrable. Mira, mira, esa señora que se acaba de tomar un cortadito es ministrable, afirma seguro un camarero de tertulia con un cliente en la barra. Los ministrables son legión pero no legión extranjera y sí legión patria, legión de engañados, desengañados, inocentones, petulantes, postergados o triunfantes. Es más fácil ser ministro que ministrable: siendo ministro puedes no hacer absolutamente nada y no desentonar, pero para ser ministrable hay que trabajárselo, currarlo, decirlo, intoxicar, aparentar, incluso brillar en alguna disciplina de la vida, no necesariamente en el pasilleo, la adulación, la zalamería y la militancia mansurrona. Saber llevar una cartera con porte conviene.

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