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Dezcállar azul

Una normalidad diferente

Si la vacuna acaba siendo un rito anual, los países productores las intercambiarán por ‘favores’

Con frecuencia se oye hablar del retorno a la "ansiada normalidad" a medida que la vacunación progresa y va poniendo fin a las restricciones que tanto afectan a nuestras vidas y a nuestra economía. Cuando eso ocurra será muy positivo, pero nos equivocaremos si por normalidad entendemos una vuelta a la vida anterior al estallido de la pandemia, porque ahora somos conscientes de que el ajetreo diario y el consumo desenfrenado que llevábamos no son buenos ni para nuestra salud ni para la del planeta. La pandemia ha introducido algunos cambios que han llegado para quedarse (normas de higiene, teletrabajo, etcétera), ha hecho descender la natalidad en todo el mundo y ha aumentado la pobreza y las desigualdades entre países y también dentro de cada país. Quizás el ejemplo más inmediato nos lo dé la actual distribución de vacunas: hoy está ya vacunado el 47% de norteamericanos, el 30% de europeos... y únicamente el 1,3% de los africanos. Diez países acaparan el 75% de las vacunas disponibles en una estrategia muy miope, pues nadie estará seguro mientras los demás no lo estén y permitan que los virus sigan mutando.

El mercadeo solo acaba de comenzar, a menos que la OMC apruebe la liberalización de las patentes este mes

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Y puesto que hablamos de vacunas, algunos países ya las están utilizando como instrumento de propaganda y de influencia política, algo que tenderá a aumentar mientras el virus siga entre nosotros. Si la pandemia desaparece con la misma celeridad con la que ha llegado, este efecto habrá sido efímero pero si, como me temo, ha venido para quedarse y la necesidad de vacunarse se extiende en el tiempo o incluso se convierte en un rito anual, como sucede con la gripe, entonces asistiremos a un trapicheo en el que los países productores de vacunas las intercambiarán por favores como votos en los organismos internacionales u otras concesiones.

Es lo que ya hacen Rusia y China, embarcados en una intensa campaña propagandística a base de regalar dosis de sus vacunas Sputnik o Sinovac a países que carecen de ellas en su entorno geográfico (Rusia) y del Tercer Mundo (China). No lo hacen gratis, pues algo esperan obtener de esta generosidad y, así, a cambio de facilitarles las dosis que necesitan desesperadamente, China presiona a Brasil para que abra su mercado a Huawei y a su tecnología 5-G, y le ha pedido a Paraguay que cambie su postura sobre Taiwán (algo que Taipéi trata de contrarrestar enviando a Asunción vacunas compradas en la India). E Israel ha ofrecido vacunas a Honduras, Guatemala y la República Checa mientras les pide que trasladen sus embajadas a Jerusalén. Jerusalén también ha negociado la liberación de un compatriota detenido en Siria a cambio de vacunas rusas. Son solo algunos ejemplos que han trascendido y que permiten imaginar qué otros cambalaches se estarán haciendo bajo la mesa. Me temo que el mercadeo solo acaba de comenzar, a menos que la OMC apruebe este mes la liberalización de las patentes que amparan la producción de vacunas, algo que no será rápido ni fácil porque se topa con la oposición frontal de algunos países poderosos. Más generosos se muestran los Estados Unidos, que acaban de anunciar la donación de 25 millones de dosis a Covax para su distribución a los países más necesitados.

Por otro lado, la pandemia también nos ha dado una mayor conciencia de la necesidad de preservar el medio ambiente y de luchar contra la emisión de gases de efecto invernadero. La elección de Biden y su decidida apuesta por las energías alternativas, el regreso norteamericano al Tratado de París y las reducciones de emisiones a que se han comprometido China y la UE están acelerando el proceso de rechazo de los combustibles sólidos. El petróleo no desaparecerá de nuestras vidas pero perderá importancia, y cuando eso suceda los ingresos de los países productores disminuirán junto con su influencia política, mientras la ganarán otros países que estén en condiciones de producir energía con sol, viento o mareas, que fabriquen baterías para almacenarla y que sean luego capaces de transportarla y comercializarla. Es un cambio que solo está comenzando pero que provocará una transferencia de poder e influencia a escala internacional de unos países a otros.

Y es que el mundo no se detiene y algunos ya toman posiciones mientras los españoles no dejamos de mirarnos el ombligo.

*Embajador de España

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