La palabra “falaz” remite a “embuste” y ésta a “mentira disfrazada con artificio”; esto es, disimulo. Pues bien, la mera observación de las razones alegadas hasta ahora por Pedro Sánchez para tratar de justificar ante la ciudadanía la próxima concesión de indultos a los independentistas sediciosos revela que, lejos de decir la verdadera razón por la que van a ser concedidos, ha ido ocultándola, soltando sucesivamente argumentos falaces para ver si entre tanto embuste iba logrando convencer a algún ingenuo.

En efecto, el pasado 26 de mayo se hizo público el Informe del Tribunal Supremo sobre la petición de indulto para los secesionistas catalanes condenados por sentencia firme. En este Informe, el alto Tribunal se opone con rotundidad a su concesión porque no ve razones de justicia y equidad, ni tampoco arrepentimiento. A lo que añade que el perdón podría llegar a constituir un “auto indulto”: “… algunos de los que aspiran –dice el Informe del TS– al beneficio del derecho de gracia son precisamente líderes políticos de los partidos que, hoy por hoy, garantizan la estabilidad del Gobierno llamado al ejercicio del derecho de gracia”.

Pues bien, como el Gobierno, aunque sea negativo el preceptivo Informe del TS, va a conceder el indulto, ha puesto en marcha toda su maquinaria mediática para ir exponiendo un argumento tras otro para amortiguar en la opinión pública el impacto negativo que sin duda va a tener su otorgamiento.

Y así, el primer argumento que con este propósito sacó a relucir Sánchez fue que entre “los valores constitucionales no están la revancha, ni la venganza”, añadiendo que “hay un tiempo para el castigo y un tiempo para la concordia”.

Como esta argumentación no solo no tuvo éxito entre la ciudadanía, sino que llegó a considerarse casi ofensiva para el Tribunal sentenciador al que estaría acusando de revanchismo, primero, y de actuar con venganza, después, el Gobierno lanzó una nueva argumentación.

Fue entonces cuando Sánchez decidió invocar la valentía, afirmando que “a veces hay que ser valientes, y pensar en el interés general, con la mirada larga”. Pero tampoco este argumento logró cuajar en la ciudadanía porque, conociendo las verdaderas intenciones del presidente, pocos dudan de que la mayor valentía es decir la verdad, no disfrazarla burdamente, menospreciando la sagacidad del electorado.

En su caso, la valentía habría sido presentarse ante los españoles y reconocer sin ambages que está obligado a conceder los indultos porque fue uno de los compromisos que asumió para convertirse en presidente del Gobierno.

El argumento de la valentía fue edulcorado además con el de que los indultos facilitarían una Cataluña libre de fracturas que dejaría atrás el bucle melancólico y frustrante en el que llevan varios años (opinión que transmitió Carmen Calvo). Afirmación ésta que viene desmentida por los propios secesionistas que reiteran invariablemente que el indulto es insuficiente, que lo que procede es la amnistía y que van a seguir intentando la declaración unilateral de independencia.

¡Ojalá que los tiempos que vienen no me arruguen el sueño y la esperanza de seguir viviendo en la España constitucional de 1978!

Por eso, como ya apuntaba el Tribunal Supremo, no son ni la valentía ni reparar las fracturas del pasado las verdaderas razones para defender ahora unos indultos contra los que se manifestaron abiertamente cuando la decisión era muy lejana y estábamos en plenas elecciones. Es algo más sencillo pero más indecente: tienen que pagar con cargo al interés general su factura personal del acceso a la presidencia del Gobierno que es conceder los indultos pactados.

El último argumento en el que está enredado Sánchez es afirmar que “ayudar a resolver el problema no supone un coste; el coste sería dejar las cosas como están, enquistadas”. Nuevamente estamos ante un argumento falaz no por lo que dice, sino por lo que omite.

Es verdad que es mejor resolver un problema que dejarlo enquistado. Pero la cuestión está en a qué problema se está refiriendo, porque depende de cuál sea el problema para ver quién soporta el coste. Y es que Sánchez, aunque parece referirse al problema del independentismo, no está hablando de eso, sino del problema que representaría para él incumplir el compromiso con los independentistas de concederles los indultos.

¡Claro que si cumple este compromiso no hay un coste para él! Lo habrá para España pero eso, mientras ocupe La Moncloa, a él le importa poco. ¡Y claro que “dejar las cosas como están, enquistadas” supondría un coste!, pero sería solo para él y los que lo apoyan, no para la dignidad de la Nación española!

Por lo que se les viene oyendo, los gurús “monclovitas” confían en que, como falta bastante tiempo para las elecciones, tienen la esperanza de que el pueblo acabe olvidando la afrenta que supone el despilfarro de dignidad constitucional que está haciendo el actual Gobierno con la cadena de cumplimientos de los compromisos asumidos con EH-Bildu y los sediciosos catalanes. Es posible que les salgan bien las cuentas y que la ciudadanía acabe olvidando y les vuelva a otorgar mayoría suficiente para gobernar.

Todo es posible. Si eso es lo que ocurre, entonces algunos deberíamos pensar que nos hemos vuelto viejos porque, como se dice en un grafiti callejero, “un hombre no envejece cuando se le arruga la piel, sino cuando se arrugan sus sueños y sus esperanzas”. Y creo que, políticamente hablando, somos muchos los que las tenemos depositadas en los valores democráticos plasmados en la vigente Constitución española de 1978, resumidos en sus dos primeros artículos: España es un Estado social y democrático de Derecho, en el que la soberanía nacional reside en el pueblo español, en el que la forma política del Estado es la monarquía parlamentaria, que tiene como fundamento la indisoluble unidad de la Nación española, que es la patria común e indivisible de todos los españoles. ¡Ojalá que los tiempos que vienen no me arruguen el sueño y la esperanza de seguir viviendo en la España constitucional de 1978!