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Francisco García Pérez opinador

Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

Una comadrona pintándose los labios

Influencias, epifanías e imprescindibles literarios

Mi madre lo contaba muy bien y muchas veces: “Estaba retorciéndome en la cama, con unos dolores espantosos, a punto de parirte, y aquella comadrona o lo que fuese venga pintarse frente a la luna del armario, en vez de ayudarme. Que si mejor las cejas así, que si mejor los labios asao, que qué me parecía… Estaba yo buena para que me pareciese nada. Y viendo a tu padre arriba y abajo por el pasillo, fuma que te fumarás. Hasta que la matrona aquella se dignó mirarme… justo cuando yo rompía aguas, salpicándola toda y poniéndola perdida. Así viniste al mundo, hijo”. ¿Cómo demonios va a explicarme mejor ningún gafapasta, ni ningún Berlanga lo que es un plano secuencia: varias cosas a la vez y sin corte alguno. Acabo de ver una foto de la calle a la que daba la ventana donde yo venía al mundo. No era una calle embarrada: era todo y solo barro, ni aceras ni modernuras, un arrabal más de la ciudad. ¿Cómo demonios va a explicarme mejor ningún taller literario lo que es el realismo sucio?

Viene a cuento esto (y lo siguiente: aviso) de ese afán por quedar hipermegaculto que se apodera del escritor joven cuando le preguntan cuáles fueron sus influencias. Cualquier bichito semoviente juntaletras declara que su epifanía (hay que decir mucho “epifanía”) literaria fue cierto poeta tuvaluano. Otro sostendrá que un prosista imprescindible (hay que decir mucho “imprescindible”) nauruano. Aquella, que las novelas seminales (hay que decir mucho “seminales”) de una autora palauana. La de acullá, que la dramaturgia kiribatiana. Ni puto caso les hagan, que me conozco el percal. “Para que mi ser pese sobre el suelo, / fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo […] y cuerpos / y más cuerpos, fundiéndose incesantes / en otro cuerpo nuevo”, escribía Ángel González. He ahí la influencia, las influencias. Aquel gordete pelón que era yo en mi primera foto (“no tiene un pelo de tonto”, dictaminó el médico), recién vaciada la vejiga sobre un colchón estampado conoció el horror, el horror, no leyendo a Joseph Conrad, sino sufriendo la siniestra broma de unos parientes que azuzaban a una gitana limosnera, popular en el barrio, para que me llevase con ella para siempre, arrancándome así de mi entorno.

Posé como un dandi en el arque de mi ciudad sin que supiera quiénes eran Proust o Wilde. Todo empieza antes, salvo la impostura

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Mucho antes de tener algún “nom de plume” que anda por ahí, fui José Francisco, Pepe Paco, Jose, Francisco, Paco… La devastación más desolada no me la enseñó Céline, sino el incendio de una colchonería, casi lindante con mi casa, que echó a la calle (embarrada: pleonasmo) a todo el escaso vecindario. No corrí aventuras con Salgari ni Verne, sino yendo a hacer recados a Casa Cholo o a Casa Manolo: un mundo amazónico era el cruzar un par de calles. Llevé gorrito marinero antes de leerlo en Stevenson y posé como un dandi impoluto (nuevo pleonasmo) en el parque de mi ciudad sin que supiera quiénes eran Proust o Wilde. Todo empieza antes, salvo la impostura. Ahora mismo me veo en una foto de muy guaje, sentado pensativo en el estribo de un camión de mayonesa, sin siquiera sospechar que Rodin existiese ni esculpiese. ¿Cómo sorprenderme con los nombres con que bautizan Quevedo o Eduardo Mendoza a sus personajes si a mí me dio la comunión el padre Marciano? ¿Qué canto a la juventud y la belleza supera la felicidad en las caras de mis padres, sentados en un prado, tan increíblemente curranta ella, tan prodigiosamente currante él? Así que menos lobos, Caperuza, con las influencias, epifanías, imprescindibles y seminales.

¿Que a qué viene este artículo de hoy, dando la brasa con tan lejanos sucedidos, tan obsoletos, tan viejunos y sin duda tan machirulos? Viene a que tales cosas fueron y son mis verdaderas, epifánicas, fundamentalísimas y seminalísimas influencias literarias. Y que ocurrían tal día como hoy, un 2 de junio, martes, allá por el pasado siglo: pero para siempre.

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