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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La invasión

A estas alturas, ante el –relativo– sosiego en el ritmo de la pandemia, quizá sea momento adecuado para un par de observaciones que, entre unas cosas y otras, se van quedando en los archivos. Una es la carrera de la deuda pública gallega –como el total de la española– hacia porcentajes que harán sudar no solo a los gestores actuales, sino a los que vengan después y a un par de generaciones de contribuyentes como mínimo. Otra es la creciente pérdida de capacidad de decisión en algunas de las actividades industriales estratégicas de este Reino, a causa de la “invasión” de capital foráneo que ocupa ya sus consejos de administración.

(Podría añadirse una tercera, relativa de nuevo al sector pesquero, que suma un par de amenazas a las casi tradicionales y que responden a otra “invasión”, geográficamente más lejana pero igual de peligrosa: la influencia china en aguas del Atlántico meridional, con un megapuerto como refugio en la costa uruguaya y la presión de Pekín en África en general y en Mauritania en particular, donde pone en riesgo incluso los tratados de ese país árabe con la Unión Europea que permiten faenar a la flota gallega en sus aguas de soberanía económica. Lo ha advertido ya la consellería, pero en el Ministerio de Agricultura ¿y Pesca? callan.)

Y hay más crisis, además de la pandemia que parece remitir. A diferencia de la anterior en 2008/2012, pero derivada de ella ha sido la multiplicación anunciada de despidos en un sector como el bancario, en apariencia invulnerable al menos en esas estadísticas. Que llevaron a varios miles de gallegos y gallegas en menos de diez años al desempleo y al país a perder un valor y experiencia incalculables. Del mismo modo, aunque por razón diferente, la construcción naval privada atraviesa uno de sus peores momentos sin que el ministerio –y la Xunta hasta donde llega su competencia– consigan garantías para adjudicarle fondos públicos. Conditio sine qua non, adecuada vistos los precedentes.

Esta realidad, cuyos matices son opinables pero el fondo algo menos, exigiría lo que ahora mismo no existe: una visión estratégica que, a plazo medio, permita mantener los intereses generales de Galicia, aquí o en el exterior. Es ilusorio pensar que en un marco global es posible blindarse frente a la pujanza invasiva de países como la citada China, o la Rusia de Putin, empeñada en recuperar su influencia, por ahora al margen de guerras frías pero sin descartar las locales calientes. Pero no parece utópico exigir esfuerzos para que la dependencia político/parlamentaria del Gobierno del señor Sánchez ponga aquí en riesgo el principio de solidaridad.

No se trata de una hipótesis remota. La solidaridad ha sido y des clave para el sistema de financiación autonómica y lo será tanto o más cuando lleguen los Fondos Europeos y su reparto. Norma de buena gobernanza ha de ser la de sosegar a los gobernados, lo que exige en primer ligar relajar la tensión social impulsada por determinadas fuerzas políticas con la pasividad de otras. Un escenario generalizado en el que, como se ha dicho en otras ocasiones, Galicia aparece como un oasis relativo en el que cada cual cumple su función: el Gobierno gobierna y la oposición se opone, pero no se descalifican ni se despellejan –más allá de episodios aislados– al modo que parece convenir a unos pocos insensatos que, por desgracia, si no más numerosos sí son más ruidosos. Y lo peor es que van quedando pocos que lo denuncien y se hagan oír entre el alboroto.

¿O no…?

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