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Carmen Pérez Novo.

La importancia de la autodisciplina

Estamos viviendo tiempos difíciles. Situaciones muy complicadas, para muchas personas. Y, muy diferentes, para todos. Pero, ya antes de la visita de este inesperado huésped, vivíamos en la era ‘hiperlight’. Y, a pesar de la presencia del coronavirus, todo es ligero. Incluidos los comportamientos humanos. Fiestas ilegales, sin el uso de mascarillas… Hemos perdido el sentido de la responsabilidad y del deber. El contenido de la palabra disciplina no está de moda. Es más: está mal visto. Sin embargo, los expertos afirman que no se puede llevar una vida feliz y llena de sentido sin ella.

Por lo tanto, si deseamos marcarnos objetivos claros, organizar el tiempo, cuidar la salud, resistir en tiempos difíciles o tener pensamientos positivos, necesitamos un buen ejercicio de la voluntad. O sea, de autodisciplina.

La disciplina es la que permite hacer esas cosas que, con el corazón, sabes que debes llevar a cabo, pero que nunca estás de humor para ponerlas en marcha

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Y es así, porque, la disciplina, es la que permite hacer esas cosas que, con el corazón, sabes que debes llevar a cabo, pero que nunca estás de humor para ponerlas en marcha. O sea que, gracias a ella, tomas las elecciones que van desde los libros que lees, las amistades que eliges, el trabajo que ejerces, los alimentos que ingieres, la hora a la que te levantas cada mañana, las ideas que ocupan el pensamiento. De hecho, las personas eficaces, no pierden el tiempo haciendo lo más conveniente o más cómodo, sino que tienen el valor de hacer lo más sensato. Tanto es así que las personas con éxito tienen el hábito de poner en marcha las cosas que a las fracasadas no les gusta hacer.

Por tanto, tenemos que ser estrictos con nosotros mismos. Y llevar a cabo un buen ejercicio de la voluntad. Y no suele gustar a un amplio sector de población, que prefieren vivir como floreros en los ambientes que marcan otros, como hojas a merced del viento, o flores que flotan en el agua al capricho de la corriente. Prefieren el terreno firme, sin arriesgar. Porque temen al fracaso y dejan que los propios temores y las opiniones de la gente gobiernen sus vidas. Son como muertos andantes que se esconden tras las disculpas y coartadas, buscando excusas para eximirse de toda responsabilidad y echando la culpa de lo que les sucede, a los demás, a sus desgraciadas circunstancias, al Gobierno, al destino, a Díos...

Y mientras, la vida transcurre “esperando” que las cosas ocurran en vez de “haciendo” que sucedan.

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