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Juan José Millás.

El trasluz

Juan José Millás

Incesto

Se me ha manifestado un tic en el párpado superior del ojo izquierdo. Cosa de los nervios, supongo. Pero se trata de un tic hipnótico, pues la gente, cuando hablo con ella, no puede evitar mirarlo. Intentan esquivarlo, pero su mirada, fatalmente, vuelve una y otra vez al párpado que tiembla. No es cómodo para leer, sobre todo para leer el periódico. Ayer, sin ir más lejos, había en la página de Necrológicas la fotografía de un poeta muerto que no dejaba de mirarme. Que me miren los personajes vivos que salen en la prensa me molesta, aunque lo soporto. Pero que se fije en mi tic un poeta muerto me sobrecoge un poco. Vuelvo a esa fotografía una y otra vez, para ver si la sensación cesa y, lejos de eso, se acentúa. No tengo ningún libro de ese poeta, a lo mejor es por eso.

El ojo.

El oftalmólogo me recomendó un colirio que no me atrevo a usar porque su frasco se parece mucho al de un pegamento terrorífico que anda por casa, un pegamento que, si se te queda en la yema de los dedos y se te ocurre unirlos, no podrás separarlos sin perder la piel. Se come las huellas dactilares. He dicho mil veces a mi familia que es un peligro, pero a mi familia le gusta el riesgo. Cada vez que pienso que podría aplicarme por error unas gotas de ese pegamento en cada ojo, se me ponen los pelos de punta. Pienso en Edipo, que se arrancó los suyos al descubrir que, tal como le había dicho el oráculo, mataría a su padre y se casaría con su madre. El incesto es uno de mis temas. He escrito varios cuentos acerca de él, porque me parece que vivimos en una sociedad incestuosa en el sentido de que es muy permisiva para lo que debería prohibir y muy prohibitiva para lo que debería permitir. Nos pasamos la vida transgrediendo tabúes que deberían ser sagrados.

Cuando logro vencer todos mis temores y estoy a punto de ponerme el dichoso colirio, me siento como el que está a punto de pegarse un tiro en la boca y desisto. Me falta valor. Lo mismo alguien ha cambiado su contenido por un ácido. ¿Pero quién? “Tú mismo”, me responde una voz interior. Entonces me pregunto qué rayos he hecho con mi vida para ser víctima de tantos temores, qué reglas básicas he violado sin saberlo.

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