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El europeísmo militante

La definición del centroderecha, tan en auge por los resultados electorales de Madrid, podría asemejarse en este momento a cualquier ecuación marxista de Groucho Marx. Se diría que el problema no es el centro, sino la derecha y que la derecha no es nada sin el centro. Nuñez Feijóo, que ahora empieza a reivindicarse como líder, después de haber dado un paso atrás y quizás pensando en que el fenómeno arrollador de Madrid puede pasarle por encima a la vieja guardia, ha pedido un cambio de ciclo. Dice que lo fundamental para frenar a la izquierda populista es la unificación del centroderecha y que Vox no ha venido a solucionar ningún problema del país. Estoy de acuerdo con esto último, nadie ha venido a solucionar problemas pero el de Abascal es un partido, por ahora, tan votado que el centroderecha no puede prescindir de él para imponerse a la izquierda en las urnas salvo el caso en que el PP lo absorba y fidelice a sus seguidores. Feijóo, cuando estaba en la posición de dar un paso adelante, decidió darlo hacia atrás por conservadurismo, Galicia y Fraga, o por preservar la imagen viva del gallego que encuentras en una escalera y no sabes si sube o baja. Pero, en cambio, está tentado desde hace un tiempo a dar lecciones de liderazgo por su hegemonía regional en las urnas.

Reclama desde el feudo europeísmo para su partido. El gallego siempre ha sido líquido en la concepción del mundo. Es cierto que el PP no puede presumir de liberal centrismo europeo, pero tampoco el PSOE de Sánchez ha hecho ningún esfuerzo por equipararse a las socialdemocracias europeas. En ese sentido, se encuentran igualados. En el Partido Popular hay aspectos que rechinan en cuanto a modernidad liberal y entre los socialistas abunda esa vena Torrente que empieza en Calvo y la ministra portavoz y acaba en Ábalos. Todo es demasiado castizo. Feijóo, a su modo, también.

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