Han pasado cinco elecciones generales, se han incorporado tres nuevas organizaciones al sistema de partidos español, ha renunciado un Rey y ha comenzado otro reinado, incluso algún miembro de la familia real ha entrado en prisión; parece que hubiera pasado medio siglo y solo hace diez años que un grupo de jóvenes, y no tan jóvenes, indignados, decidió tomar la calle y las plazas de España para revelarse contra el status quo en el que convivían la clase política y la clase económica española.

Europa había elegido la peor estrategia posible para salir de la primera gran crisis del siglo XXI, proteger el sistema bancario a costa de los ciudadanos, y encima, responsabilizar a los ciudadanos, especialmente a la Europa sur, de vivir por encima de sus posibilidades. El discurso de la austeridad se convirtió en el relato de la culpabilidad, de hacernos a todos responsables de estar poniendo en peligro el sistema financiero por tener créditos hipotecarios que en algunos casos podían superar el valor de las viviendas; como si fuéramos los ciudadanos los dueños de las tasadoras, de las aseguradoras, del aparato financiero de Europa.

Los lemas que incluían a políticos y banqueros en la misma frase se convirtieron en motor de la movilización que los modelos populistas requieren para tener éxito; ese populismo que separa al pueblo de la élite, el pueblo indignado enfrentado a la casta que con-vive bien, ajena a los sufrimientos de la gente. Pero lo cierto es que el pueblo se enfrentó a la casta antes incluso que el relato populista construyera el enfrentamiento; nos sentimos pueblo antes del populismo y rechazamos la conspiratividad de la clase política y la clase económica antes sin tener una posición ideológica nítida.

El 15M fue plural, prioritariamente ciudadano, indignado y asambleario; quizás un poco diletante pero enormemente participativo. Después se levantaron las acampadas y surgió la posibilidad de la organización; por primera vez el sistema parecía ensancharse y abrir la oportunidad a nuevos partidos, a la llamada nueva política, que se presentaba con vocación de nuevo paradigma, pero en realidad centrifugaba el sistema hasta niveles antes desconocidos.

Sí, se podía; y ese poder era transversal; en las europeas del 2014 entre los votantes de Podemos había izquierda, derecha, centro, y jóvenes y yayos indignados; desahuciados, bajas pensiones y anarcocapitalistas votaban contra una economía y una política mediocres, en manos de insolventes.

Pero la nueva política no supo ser nueva, enseguida cedió a la tentación de la política tradicional de clase, a la confrontación orgánica o, a luchar por la hegemonía de la derecha en el momento en el que apareció la primera oportunidad.

La nueva política no pudo convivir con el problema catalán; los de Ciudadanos obsesionados con el tema catalán no supieron crear nuevos temas ligados a la democracia que pretendían regenerar; Podemos, tratando de situarse en posiciones intermedias, desde una superioridad moral mal entendida, cuando el conflicto solo permitía antagonismos radicales.

Y apareció VOX, también fruto de la propia fuerza centrífuga que había generado el sistema, que igual se ensanchaba por la izquierda como por la derecha, ahogando finalmente un centro que se había vuelto irrelevante.

El 15M nació para ser expresión de los indignados, para cambiar la política, para poner en valor temas que estaban aparcados; la nueva política queda cada vez más lejos, pero la indignación y la centrifuguidad permanecen.

*Doctora en Ciencia Política y Sociología. Universidad de Santiago de Compostela