Hay que reconocerle a algunos políticos en activo que, contra lo que aseguran los escépticos, contribuyen no solo a la actividad democrática sino a un enriquecimiento –por ampliación conceptual– de las formas hasta ahora aplicadas en discursos y arengas. Y nada mejor para argumentar esta opinión que la referencia a uno de los ejemplos más recientes: casi nadie discutía que una de las mejores defensas del medio ambiente era la protección del bosque y el fomento de las arboledas, preferentemente de especies propias. Pero gracias al ingenio de un diputado del BNG en la Cámara gallega, en lo sucesivo ese modelo habrá de analizarse con vistas a su modificación.

(Conste que esta opinión, personal, no solo podría aplicarse a la oratoria parlamentaria, sino a la ecológica en general: de aquí en adelante, el término “forestalista” sería considerado, sino un agravio, desde luego una acusación tras las críticas de su señoría a la Lei de Recuperación de Terra Agraria que la Xunta presentó para su aprobación. La normativa incluye una moratoria en la plantación de eucaliptos que ha desatado la ira –dialéctica– de su señoría, que no dudó en aplicarle aquel adjetivo, con claro ánimo descalificador, al proyecto legislativo que rechazó.

Y menos mal que el Bloque ha criticado siempre los eucaliptales como enemigos del bosque autóctono porque, si no, quizá habría utilizado palabras más fuertes. Lo curioso –aparte de la definición misma– es que el diputado nacionalista se explicó diciendo que la moratoria había causado un “frenesí plantador”, en alusión a que la intención real del Ejecutivo era otra. Más exacto parecería que el sector maderero, consciente de que la moratoria le perjudica, se lanzó a plantar antes de que se prohibiera. Fijar un plazo pudo ser un error, pero no parece una “cortina de humo”.)

En todo caso, y más allá del “forestalismo”, lo sensato habría sido un debate acerca de la compatibilidad de esa especie arbórea foránea con la autóctona y, si no la hay, el posible establecimiento de zonas de plantación para que quienes obtienen beneficios lícitos los mantengan. Entre otros motivos porque los aportan también al país, como otros sectores económicos que generan empleo directo e indirecto. Un objetivo estratégico clave aunque no único, porque puede y debe convivir con el respeto al medio ambiente y el cuidado de lo que está en peligro real.

Este antiguo Reino es, en términos constitucionales, una nacionalidad histórica que, como casi todas las demás comunidades que conforman España, es poco dada a los acuerdos, incluso aquellos que benefician a la gran mayoría, cuando no a la totalidad, de sus habitantes. Cierto que ha habido algunos, esenciales para restablecer la convivencia, pero ahora el panorama ha cambiado: se impulsa –desde arriba– la bipolarización y el maniqueísmo, en una espiral que nada aporta salvo tensión y que es susceptible de alcanzar cualquier segmento social. Por eso, aunque suene iluso, hay que reclamar serenidad y priorizar lo común. Y eso pasa por poner cada cosa en su sitio.

¿Eh…?