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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El cliente no sabe lo que le conviene

Convencidos de que sus antiguos clientes no saben lo que les conviene, los partidos derrotados en las últimas elecciones se dedican estos días a desdeñarlos. Que si son tontos por votar a quienes no deberían, que dónde van a estar mejor que con su antiguo partido, que se van a enterar de lo que vale un peine por lo que han hecho y todo en esa línea. Esto es tanto como ignorar que el cliente siempre tiene razón.

La teoría es infantil de puro sencilla. Los pobres deberían votar siempre a los partidos socialdemócratas, socialistas y comunistas para mejorar su nivel de vida, dicen estos fenómenos del marketing electoral.

Por la misma razón, los ricos están obligados a votar a la derecha, lo que pondría en muy difícil tesitura a no pocos de los dirigentes y militantes de Podemos, el PSOE o el PC que se camufla bajo las siglas de Izquierda Unida.

Hay un problema añadido. Si los votantes con menos recursos económicos prosperasen sin más que apoyar a la izquierda, puede que llegue un momento en el que se hagan ricos -o al menos, acomodados- y, por tanto, empiecen a votar a la derecha. Habría que empobrecerlos de nuevo para recuperar clientela.

Ignoran quienes en Madrid no obtuvieron esta vez la preferencia del público que la política es un negocio como otro cualquiera. Requiere una inversión, la creación de una marca comercial, técnicas de marketing para vender el producto, gasto en publicidad y fidelización de la clientela una vez conseguidos sus favores. Los ingresos y, por tanto, los beneficios que permiten a un partido la subsistencia en el mercado dependen de su capacidad para atraerse el voto de los consumidores.

Los partidos son empresas de prestación de servicios cuyos beneficios dependen de la fidelidad de la clientela

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Puede que todo esto parezca muy prosaico, pero lo cierto es que los partidos son empresas de prestación de servicios cuyos beneficios dependen de la fidelidad de la clientela. Es esta última la que, con su voto, les da acceso a la firma en el maná del BOE.

El gobierno de los asuntos públicos es una rama de la economía que funciona, como cualquier otra, bajo el principio de competencia entre empresas. Y ahí no hay derechas ni izquierdas que se sustraigan a la norma.

No parecen haberlo entendido así los que estos días se ensañan con parte de su antigua clientela por el grave delito de pasarse al comercio de enfrente. Les están llamando de todo, menos bonitos, por eso que consideran una traición a sus obligaciones como electores. Alguno insinúa incluso que se han vendido por el frívolo derecho a tomarse unas cañas.

Lo que en realidad parecen reprocharles es que se hayan ido a otro bar en vez de seguir con el que les correspondería a esos votantes por su estatus socioeconómico. “No hay nadie más tonto que un obrero de derechas”, afirman con anacrónica fórmula los que desconocen cómo suelen votar los trabajadores de, un suponer, los Estados Unidos. O los de Alemania, donde Merkel va a dejar el mercado tras dieciséis años en el poder.

Si de verdad los currantes votasen mecánicamente a la izquierda, esta gobernaría siempre, dado que esa franja asalariada de la población constituye, por lo general, mayoría. Ocurre que la realidad tiende a ser más compleja que la ideología y, en general, está sujeta a las leyes del comercio. Un ramo en el que cliente siempre tiene razón. Mal negocio será reñirle porque haya elegido otro producto.

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