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Enrique López Veiga

Ser liberal cuesta un esfuerzo: la innecesaria agresividad verbal en política

Decía mi buen amigo, ya fallecido, Julio Viera, con el sentido del humor y contundencia con que a veces se expresaba, que “ser señor cuesta dinero”. Refiriéndose a la actividad empresarial donde la consecución del lícito ejercicio de obtener un beneficio tenía límites éticos que no se podían traspasar. De manera análoga, ser liberal en política cuesta un esfuerzo y me refiero al término liberal en el sentido en el que los españoles lo inventamos en el siglo XIX, aquella actitud que representa la quintaesencia del espíritu democrático: ser tolerante, transparente, educado en las formas, estar abiertos al análisis de nuevas ideas, respetar al adversario político y presumir que este actúa de buena fe, aunque esté equivocado o no esté acorde con nuestras ideas y respetar escrupulosamente el Estado de Derecho. El discurso político actual resulta inaguantable toda vez que en lugar de un debate de ideas se observa, cuando menos, una maleducada agresión personal hacia los adversarios. El discurso político no debería basarse en descalificaciones personales, sino en debatir ideas y alternativas políticas, que no por ello tiene que ser blando, pero debe ser respetuoso en las formas, como decían los antiguos suaviter in modo, fortitude in re. Esa proclividad de los discursos en el que se acusa al adversario de corrupto sin presentar las pruebas, o de acusarlo de practicar un “capitalismo de amiguetes” o de acusar de violencia a quien no la practica y al mismo tiempo mirar para otro lado y dar por buenos a los herederos de quienes la han practicado, es algo francamente condenable. Recuerdo muy bien al expresidente Mariano Rajoy decir refiriéndose al actual presidente Sánchez que “no dudaba de su buena fe, porque esto siempre hay que presumírselo al adversario político” para compararlo con el democráticamente inaceptable “usted no es una persona decente” con el que el Sr. Sánchez se refirió al Sr. Rajoy.

"El discurso político actual resulta inaguantable toda vez que en lugar de un debate de ideas se observa, cuando menos, una maleducada agresión personal hacia los adversarios"

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No me parece nada bien ese discurso que se ha instalado por parte de la izquierda en presumir que las formaciones de centro, o de derechas si se prefiere, son la ultraderecha o el neofranquismo, cosa que es falsa. La izquierda debe de abandonar ese discurso que se ha llamado guerracivilista, porque no hace más que inflamar las bajas pasiones y es el ambiente responsable de que se tiren piedras contra los que, ejerciendo su derecho democrático, pretenden dar un mitin donde les dé la gana. El sosegado liberal gallego, D. Salvador de Madariaga(1) decía que la Guerra Civil al final la habían causado los que saludaban “con la mano en alto como para ver si llueve y los que saludaban con el puño cerrado, como para romper la cara del adversario” y que quienes habían perdido la guerra eran la mayoría de españoles partidarios de D. Francisco Giner de los Ríos. Citaba a D. Miguel Maura, quien se decía dispuesto a volver a España, “cuando las gentes se saluden con el sombrero”.

Decía el reputado economista Scumpeter(2) que “en una importante medida el marxismo es una religión”, para señalar que el marxismo ortodoxo, de manera semejante a ciertos creyentes de algunas religiones, “el adversario no esté simplemente en un error, sino en un pecado”. Esto explica la tendencia de las formaciones de izquierda radical a erigirse en defensores de la verdad imbuidos del derecho de decir quién es demócrata y quién no y de creerse con el derecho de apropiarse del aparato del Estado. No es eso. Ser demócrata consiste en estar dispuesto a hacer lo que sea por defender el derecho de que tu adversario te lleve la contraria. Ni agresividad verbal ni violencia tienen cabida en una sociedad democrática de verdad. Toda violencia es rechazable, pero la izquierda radical, más que otros, necesita hacer un examen de conciencia porque no ha sido ninguna ultraderecha la que rodeó el Congreso, incendió Barcelona ni tiró piedras en Vallecas. Sosiéguense pues vuesas mercedes por la ultraderecha y por la ultraizquierda.

(1) Salvador de Madariaga (1978) España. Ensayo de historia contemporánea. Págs 355 y 408.

(2) Scumpeter, J,A. (1946) Capitalismo, socialismo y democracia. Edición española, Ediciones Folio, pág. 29 y nota a pie de página

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