Juan Joya Boya, el Risitas, pasó sus últimos meses en el Hospital de la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla, un hospicio para pobres y viejos sin familia. En septiembre de 2020, tras una complicación coronaria, tuvieron que amputarle la pierna. Lisiado, flojo, solo y al parecer sin recursos, ha pasado los últimos meses de su vida con las monjas. Ellas se han hecho cargo del entierro porque nadie reclamó su cuerpo. Lo contaba Fermín Cabanillas en el diario Aionsur.

Risitas y lágrimas

No es un final feliz para el risueño personaje que, el único día que trabajó en su vida, según narraba él mismo ante un desopilado Jesús Quintero, perdió las paelleras del restaurante en la playa cuando subió la marea. Con el vídeo de esta anécdota hicieron en Alemania, Estados Unidos y Dinamarca montajes, añadiendo subtítulos en los que Risitas se convertía, por ejemplo, en un ingeniero de Apple que no puede evitar la carcajada mientras trata de presentar al mundo las innovaciones de un iPhone. La fama es así de perra. Pero no es un final raro el de Risitas. Supe unos cuantos meses antes de que muriera Carmen de Mairena en qué residencia para ancianos de Barcelona pasaba sus últimos días, puesto que los alumnos de un instituto de escolapias hacían allí voluntariado. Como Risitas, Carmen de Mairena terminó sola, engullida por la oscuridad terrorífica que aparece cuando se apagan las pantallas y los candeleros. Ambos dieron a España buenos momentos con sus estrambóticas ocurrencias y el país les pagó con la propina rácana que se dispensaba a los bufones en los salones de la corte.

Ignoro qué ha sido de otros personajes, como la cantante Tamara, mucho más joven pero igual de abandonada. La vi una noche, en el bar sórdido y condenado al fracaso que abrió con el dinero de Crónicas Marcianas en el centro de Madrid. Íbamos allí a reírnos, para qué os voy a engañar, cuando teníamos 20 años, y ella nos recibía en el antro vacío ataviada con vestidos de cotillón de Nochevieja. Estaba allí para saludar en un tiempo en que los selfis todavía no eran la forma de comunicarse con los famosos. Te daba dos besos.

Una vez quise ir al baño, me equivoqué de puerta, abrí el almacén y allí me encontré a su madre, Margarita Seisdedos. Estaba rellenando con garrafón las botellas de primeras marcas a base de jeringa. Ahora me pregunto dónde recalará Tamara si ya no existe Margarita. De qué vive un ser humano como este cuando se van la madre y nuestras risitas.