La lucha contra el coronavirus está lejos aún de culminar y muchas regulaciones temporales de empleo ya no contienen los destrozos. Las predicciones apuntan a que un tercio de los ERTE acabarán en ERE. Cierran empresas, mayoritariamente del sector servicios, que ya no pueden resistir más tiempo funcionando en precario por las consecuencias de la emergencia sanitaria. Galicia, como el resto de España, sufre los despidos de la pandemia. De los 137.500 empleos destruidos en todo el país de enero a marzo de este año, más de 21.100 son de empresas gallegas y, de estos, la mayor caída se registra en el sector industrial, según la Encuesta de Población Activa. A quien acaba de perder su trabajo nada le consuela. Pero, junto al panorama desolador del paro, también conviene apreciar, y mimar, el surgimiento de brotes verdes, indicios de un salto hacia la era digital y moderna, con proyectos esperanzadores. Esta época está suponiendo el fin de muchas cosas y el principio de otras. Galicia tiene que reivindicarse más como un entorno amigable para invertir, apostolado en el que no debe de descuidarse. El oasis de los emprendedores.

Nadie podía imaginar que las camas de hospital libres y la ocupación de las UCI acabaran convirtiéndose en un indicador de la relevancia del PIB del país y de sus autonomías ni que lo condicionaran tanto. Una economía con potencialidades, pero también con ineficiencias probadas, burocracia elefantiásica, un desempleo lacerante y el ascensor social averiado, que arrastra graves desequilibrios desde la Gran Recesión, carga ahora en la mochila la pesada losa de la pandemia. En el caso de Galicia, de la anterior crisis aprendió entre otras cosas a exportar más. Deberá continuar haciéndolo. Pero, más aún, si algo debe aprender en esta es a reinventarse.

Junto a ese necesario camino en busca de nuevas oportunidades para lograr una economía más verde y digital, que pivote sobre el conocimiento y la I+D+i, Galicia debe asegurar la protección de la capacidad económica existente. Es necesario reindustrializar Galicia, ser capaces de atraer inversión. Y para ello resulta urgente, entre otras tareas pendientes, reformar las administraciones y acabar cuanto antes con la rémora de una farragosa tramitación burocrática que frena la puesta en marcha de cualquier proyecto por simple que parezca. La financiación europea no es un atajo para esquivar las muchas reformas estructurales pendientes que siguen ahí.

La industria es esencial para la Galicia del presente y del futuro. Es cierto que la comunidad afronta dolorosos problemas. Los cierres de Alcoa, la térmica de Endesa en As Pontes, la fábrica de palas eólicas de Siemens Gamesa son un muy severo revés para los territorios en los que están implantadas. Como lo es la incertidumbre de futuro que planea sobre algunos astilleros, como es el caso de Barreras, factorías como Ence y otras muchas empresas de sectores relevantes. Es preciso hallar alternativas y soluciones a todo ello, con apuestas viables que cumplan las necesarias garantías. Pero junto a empresas e industrias que se están viendo especialmente afectadas, también otras muchas resisten, se mantienen y no se detienen. Hay todo un cartel de firmas de automoción, metalúrgicas, textiles, del naval, pesqueras, energéticas, ejemplo de éxito. Reforzarlas es un bien a preservar. Como resaltan los analistas, existen sin duda muchos deberes pendientes para ganar en competitividad y atractivo, pero la evolución del conjunto hace albergar fundadas esperanzas.

La reconstrucción debe llegar de los fondos europeos para ese fin. Es necesario que se inyecten al tejido producido y que se sepan utilizar para sentar bases sólidas de crecimiento. De su mano llegan planes ilusionantes. Precisan de igual rapidez, atención y diligencia por parte de las administraciones. Alguno tendrá cabida seguro entre las casi 354 iniciativas –y las que aún se están ultimando– que Galicia ha presentado en la candidatura inicial para optar a esas líneas de financiación habilitadas a la Unión Europea. El sector de la automoción, con Stellantis (la antigua PSA), Ceaga y Ctag como principales impulsores, abandera el proyecto AutoAncara para desarrollar dos laboratorios ligados al vehículo de hidrógeno con una inversión de 1.300 millones y la creación de 900 empleos. Zona Franca, con Concello, Diputación y Ctag, hace lo propio con una planta de baterías para el coche eléctrico. Tres proyectos biotecnológicos gallegos aspiran a mover una inversión de 445 millones del fondo Next Generation. Zendal, con la previsión de fabricar 800 millones de dosis anuales de vacunas contra el COVID-19, lanza un plan de 110 millones de euros para multiplicar la capacidad de producción y envasado en O Porriño con una nueva planta, otra para el prometedor antígeno de la tuberculosis y un tercer centro piloto donde se fabricarán vacunas para ensayos clínicos. La Fundación Kaertor aspira a consolidar su aceleradora de fármacos. Estrella Galicia presenta un proyecto de 256 millones para un centro productivo innovador que desarrolle nuevas soluciones en el ámbito alimentario y crear productos disruptores de comercialización rápida con cinco nuevas patentes.

Generar condiciones para atraer empresas, grandes y pequeñas, depende de una alineación virtuosa que sirva de espejo y ayude a la necesaria recuperación

Naturgy y Enagás quieren fabricar hidrógeno. Un tercio de las energías renovables adjudicadas en la última subasta del Ministerio de Transición Ecológica corresponden a megavatios eólicos. De ese cupo, la gallega Greenalia fue la tercera compañía que más potencia se adjudicó, 135 megavatios que se corresponderán con cinco nuevos parques eólicos en la comunidad. Además de grandes energéticas, como Iberdrola, EDP, Capital Energy, por los molinos de viento de Galicia pujan hasta el mismo Gobierno noruego. A la espera de los fondos europeos y de los planes de ordenación del espacio marítimo, las empresas están a la expectativa de los primeros parques eólicos del mar en Galicia. Iberdrola baraja Galicia, junto a Andalucia y Canarias, para un gran parque eólico marino de 1.000 millones. También Naturgy y Greenalia cuentan con proyectos para las aguas gallegas.

El sector del metal, formado por medio centenar de empresas ligadas a esa actividad, lleva años reclamando la necesidad de no perder ese tren al ver en ese nicho una cadena de indudable valor y futuro para su industria. El reemplazo de energías contaminantes por fuentes limpias emerge como apuesta inequívoca. Para que prospere, la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, pinta mucho. Cuenta con la ocasión ideal de demostrar a los gallegos su compromiso real con esta tierra.

Una revolución social y tecnológica como la que estamos viviendo necesita superar con hechos las presiones soterradas que ejercen los perdedores y la incertidumbre de quienes sufren el desgarro emocional de quedar laboralmente descolgados. Las administraciones deben alinearse para una nueva Galicia. Hay que tomar la iniciativa y protagonizar la evolución, tirar sin pausa de las riendas, asumir el reto sin desmayo, abordarlo con serenidad, inteligencia y anticipación. No podemos sucumbir jamás a la tentación del inmovilismo despreciando la novedad, buscando refugio en la comodidad de lo viejo, lo que parece seguro. En estos casos, el que resiste nunca gana.

No hay posibilidad de mejora sin conocer, comprender, compartir y aceptar antes el alcance e importancia de lo que está en juego. Que la tarea quede en lo epidérmico o se malogre, que cualquier ocurrencia disparatada arrase incluso con lo bueno conocido por el esnobismo ideológico de rizar el rizo, depende de la suma de amplias mayorías sociales y políticas que respalden la transición económica, colaboren en su diseño y garanticen su ejecución. Por eso en momentos decisivos resultan tan frustrantes los desencuentros sobre asuntos esenciales sobre los que no debería haber disenso.

Generar las condiciones adecuadas para atraer empresas, grandes y pequeñas, que arraiguen aquí depende de la confluencia de múltiples esfuerzos. Desde los sucesivos gobiernos a las diversas asociaciones. Desde los funcionarios a la patronal. Desde los políticos a los electores. Pero solo así, persiguiendo esa alineación virtuosa, se consigue fijar un horizonte para salir del pozo y se cosechan los éxitos que sirven de espejo en el que mirarse y reforzar la autoestima. Afrontemos colectivamente la reconstrucción de esa comunidad ambiciosa y activa con la que los ciudadanos sueñan. La nueva Galicia que llama a la puerta.