Creo que estamos viviendo unos momentos de excesiva crispación. Es cierto que la pandemia, el encierro, el no poder estar con nuestros seres queridos, las muertes, la enfermedad, el cierre de negocios, la ruina y la inseguridad, nos está llevando a todos a unos niveles de irritación elevados. No obstante, es comprensible, porque se nos está haciendo muy largo y el grado de sacrificio que se nos está exigiendo, está sobrepasando los límites de la resignación.

Por eso creo que todos deberíamos reflexionar un poco y calmarnos porque las discusiones en momentos en los que la sensibilidad está más a flor de piel se pueden volver en contra de todos y llevarnos a enfrentamientos no deseados.

Aunque la democracia exige que la minoría se conforme a la mayoría, los poderes públicos tienen la obligación de respetar la libertad de todos.

Deberíamos poder vivir en armonía cada uno con sus ideas, pero respetando las de los demás. ¿Por qué ese empeño en imponer las ideas de cada uno a los demás? ¿Por qué te molesta que yo piense de otra manera? ¿Por qué te molesta que yo viva de otra manera distinta a la tuya?

Creo que, si nos relajamos todos un poquito, tenemos la cabeza fría y pensamos que, si queremos que nos respeten, debemos respetar y que, si queremos tolerancia, debemos tolerar, viviremos todos un poco más tranquilos y tendremos una convivencia pacífica y verdaderamente democrática.

La política se inventó para no tener que guerrear, y la guerra se declara cuando ya la política no da más de sí. No lleguemos a este punto.