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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Fiesta menor

Es muy probable que este Primero de Mayo –como ocurrió antes con el verano, la Navidad y todas las demás fechas y conmemoraciones oficiales o populares– transcurra como una fiesta menor. Sin más eco que los mensajes y, quizá, alguna manifestación con severo control de participación presencial, por si el virus. El estado de alarma, aún en vigor durante una semana, limita por razones de salud pública las concentraciones, y si se cumple la normativa, esa será la novedad. Relativa, porque la decreciente capacidad sindical de convocatoria coincide con el bajón participativo por culpa de la pandemia. Y eso, se quiera o no, disminuirá –salvo desobediencia– la conmemoración.

Pero no solo por el virus. A los dirigentes de las centrales no les gusta la observación, pero en estos últimos tiempos la calle ha sido o de la autoridad sanitaria o de nadie, y hasta poco antes lo fue de movimientos ciudadanos, pensionistas y feministas, verbigratia. Que tan capaces fueron que llevaron, en plan testimonial, a la cola a quienes hasta entonces encabezaban las protestas. Lo que está por ver hoy, en el fondo, es si los mensajes reactivan el añejo tono de la fiesta o se limitan a las proclamas, en las que, al menos desde un punto de vista particular, cada vez cree menos la gente del común. O eso parece.

Se deja dicho que los problemas son peores que los de antaño y no parece necesario argumentarlo mucho. Cierto que la pandemia los ha hecho aún mayores que los heredados por el gobierno de Rajoy, que no tuvo demasiado tiempo ni firmeza para resolver al menos los estructurales . Y lo son porque el de Sánchez está limitándose a políticas de beneficencia que alivian, pero no resuelven. Y en ese marco –de necesidad, pero demasiado estrecho– las centrales sindicales no hallan lugar: reivindicar lo de antes con igual fiereza es “inadecuado” y remodelar la táctica no parece suficiente para lograr objetivos mínimos de credibilidad.

Sin la menor intención de discutirle al zapatero la calidad de su tarea, es un hecho que el coronavirus ha cambiado el modo de vivir y, sobre todo, la manera de trabajar y adelantado el futuro al menos en diez años. Un cambio que, aún sin pandemia, habría exigido ya desde hace tiempo un trabajo de preparación y previsión que casi nadie ha hecho, incluidos los sindicatos. Y está por ver ahora cómo afrontarán la celeridad y la profundidad de las transformaciones, duda que los pesimistas elevan cuestionando incluso si serán capaces de hacerlas. Y, de algún modo, esta fiesta de hoy y sus mensajes darán pistas que pueden servir.

Resulta ya evidente que el porvenir económico y laboral es una enorme incógnita, entre otros motivos porque –a diferencia de otros gobiernos: Italia, Alemania y Portugal, por ejemplo–, el gabinete del señor Sánchez ha esperado hasta el último momento, con excusas risibles como la de “rellenar casillas en los documentos” para enviar a la UE el Plan de Reconstrucción, del que no se conocen apenas datos que superen las generalidades. Y eso supone otro reto para los que dicen ser defensores de la clase trabajadora, que ya incluye a la media (antes burguesía), y que han sido consultados, pero que tampoco adelantaron opinión ni hicieron públicas sugerencias de calado. Y, parece, son demasiados vacíos los que dejan los sindicatos –cuya necesidad, por cierto, no se discute, pero sí su eficacia actual– como para hacer fiesta, aunque sea menor.

¿Eh...?

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