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Juan Carlos Herrero

“Mares” y la gerontología variable

Es ilusionante ver a nuestros mayores residentes paseando próximos a su centro, atrás quedaron meses de angustia, indescriptibles. Tantos mayores que la pandemia arrebató, un número discutido –mortis causa– inter vivos, dependiendo a qué signo político y en qué administración se esté.

Con la “normalidad” a tiro piedra, o sea, fin del estado de alarma, regresa la burbuja geriátrica. Proponen, ahora, los gerogestores “cambiar el modelo residencial hospitalario por uno más acogedor y familiar” (sic), es decir, lo que hubo hasta ahora, antes o durante la pandemia lo era hospitalario, nadie lo sabía.

Esta nueva alharaca se sustenta en un propósito de la enmienda tal que: abarque la salud integral, seguridad, atención centrada en la persona y promoción de un entorno facilitador, “de modo que impulse las actividades de la vida cotidiana y fomente las relaciones sociales y la vida en comunidad”, stricto sensu. La prosopopeya se las trae, porque la realidad es otra. ¿Me lo dices o me lo cuentas?

Es decir, convertimos una realidad sociosanitaria, como es la gestión geriátrica, en una filosofada ilusión pedagógica más propia de la Formación Profesional, que también está llamada a nuevas reconvenciones. Por cierto, la columna vertebral de los geriátricos son los técnicos auxiliares de enfermería, cuyo reconocimiento profesional está por los suelos, aún siguen anclados en el grupo D. Si no se empieza la casa por esos cimientos, mal vamos.

Prometen estos ingeniosos del bienestar social “crear unidades de convivencia con un máximo de diez personas, por afinidades y habitación individual”. ¿Se atreverían, ahora que nuestros mayores están inmunizados, a dejar una jornada de puertas abiertas para ver, sentir, escuchar y palpar la realidad de nuestros geriátricos? Va a ser que no, pero el papel lo aguanta todo.

A ver cómo se las ingenian, teniendo geriátricos que van de veinticinco hasta cientos de residentes, para tabicar tanta estancia donde comparten sueño y baño nuestras abuelas. Viendo cómo se los trató durante la pandemia, los abuelos no se creen nada, por muchos millones, a “Mares” –del acróstico Modelo de Atención Residencial–, que hasta en eso son catedráticos bautizando ingenuidades, cuando se huelen cuartos de la Unión Europea con los que financiar propósitos de enmienda.

La filigrana propioceptiva, el “Mares” –que se queda en percepción política–, propone, incluso, revisar el convenio colectivo de los profesionales. Algo insólito como cuestionar precio y plaza de usuario, los convenios colectivos, las condiciones laborales y salariales e incrementar plantillas para “dar una asistencia médica y asistencial propia del siglo XXI en los nuevos centros, más abiertos y con una intensa vida social”. –¿Social?

¿A cuántos ancianos rescatamos de los geriátricos cuando se nos morían?

El papel no es que lo aguante todo, es que ya viene mojado. Menos mal que están las hemerotecas digitales para sonrojar a propios y extraños, ahí el agua de los mares no llega.

Menos habitación individual, o lobos de Caperucita, y más empoderamiento social para que los mayores consoliden el deseo de seguir en sus propias casas, que es lo que quiere la mayoría: lo demás es gerontología variable.

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