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José María de Loma.

‘Apericena’

Echamos el aperitivo en un mercado reconvertido. Hay un sol decidido que hace brillar la copa de cerveza. Los mercados son unos de los latidos de la ciudad. En el interior, ha disminuido el tráfago, el bulle, bulle. Algunos puestos cierran. Un hombre de avanzada edad trata de clausurar por hoy su pescadería y en un puesto de encurtidos una pareja descompensada adquiere aceitunas escrutando el género como quien va a realizar la transacción de su vida. Pasa un amigo, hola qué tal; va aún colgado al teléfono, cerrando la primera parte de la jornada. Nos recomienda una tienda de quesos. Fuera, en las mesas, llegan los mejillones al vapor y los boquerones en vinagre. La felicidad va aterrizando en el estómago y en el ánimo. En otra mesa alta cercana, una mujer bebe tinto y pela gambas cocidas de buen tamaño, gambas frescas. Se le nota el linaje señorial. Solamente hay una cosa mejor que un aperitivo: leer sobre los aperitivos. En Italia, hace años que hizo fortuna en algunas regiones la apericena, el aperitivo de la cena. El término, y el hábito, tuvo tanto éxito, apericena, que fue incluido en el Diccionario de la lengua italiana Zingarelli en el año 2011. Yo la apericena la practiqué bastante en casa durante el confinamiento. Quién le iba a decir a esta sociedad que algunos días, abrir una lata podría constituir el gran momento de la jornada. Las de berberechos no están mal.

Quién le iba a decir a esta sociedad que algunos días, abrir una lata sería el gran momento de la jornada

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Ya en casa, leo en un ensayo sobre José Bergamín que “creer en la paradoja no es creer en la mentira, sino en una forma de pensamiento que no renuncia a una armonía de fondo, ya sea esta misteriosa”. Y toda la tarde ya cavilando sobre el asunto.

Se va el sol y la cosa es qué picar viendo un debate. La apericena, claro. Las aceitunas y las patatas son como de final de Copa del Rey. Así que mejor anchoas y jamón. Un día eres joven y al siguiente te hace ilusión todo el día el hecho de que haya un debate en la tele a la noche. De unas elecciones en las que no puedes votar. Me empiezo a imaginar desnudos a todos los debatientes ya antes de pegarle al vino. Se echan los muertos a la cara. Para mi gusto se insultan poco. Poca imaginación en el vestuario. Nadie habla de filatelia. El presentador es como robotizado. Aguanto bien una hora, algo fatigado, acusando en la espinilla alguna entrada dura. Pero para el descanso no puedo más. Pido el cambio. El mando viene a mí y no sé si darme a la ciencia ficción o al balonmano. Finalmente caigo en Españoles por el mundo. O similar. Hay un tío encanijao que dice que pese a que se llegan a alcanzar los quince grados bajo cero se vive muy bien. No sé a quién quiere engañar.

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