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Era 14 de abril, 90 años después, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no quiso dejar pasar la oportunidad de encontrarse en la tribuna del Congreso de los Diputados para recordarlo. El aniversario de la proclamación de la Segunda Républica española era una tentación demasiado atractiva para no ceder a ella. El presidente quiso equiparar, englobándolas en una tríada gloriosa de nuestro pasado siglo XX, aquella remota jornada con las más recientes de aprobación de la Constitución en 1978 y la adhesión en 1986 a la hoy denominada Unión Europea. Es lo que tienen hasta las más atinadas síntesis: desprecian otras posibles buenas interpretaciones.

Sorprendió, aunque no solo por lo paradójico, que el presidente de Gobierno en una monarquía constitucional como la nuestra evocara la República de 1931, un capítulo de la historia sobre el que aún hoy procuramos evitar juicios categóricos. No recuerdo qué historiador, buen conocedor del enconamiento político patrio, aconsejaba a los españoles abrir el foco, ampliar la escena para descubrir que el feroz oleaje y la fuerte resaca vividas en España en los años treinta fueron fenómenos que se dieron con igual o mayor intensidad –aunque quizá sin tanto odio fratricida– en otras partes del globo; fenómenos no debidos a causas estrictamente locales, sino al choque de poderosas capas tectónicas de un largo siglo XIX, como definiera el historiador Hobsbawm. Es posible que ese método del distanciamiento y la ampliación de la perspectiva, permitiera objetivar causas y efectos generales y nos ayudara a preservar el recuerdo de las heridas más particulares y dolorosas en un ámbito más privado y menos político. No es el caso.

"Escribía Pla: '¿Dónde están los grandes hombres políticos? Todos los que he tratado me parecieron una mezcla de inconsciencia y estrategia inmediata'"

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El presidente Sánchez ha colocado en el mismo plano la bien recibida aunque efímera Segunda República con el masivo refrendo a la Constitución y la entusiasta adhesión a las Comunidades Europeas. El recuerdo de aquella lejana fecha de abril de 1931 requiere ya la consulta de hemerotecas o de la copiosísima bibliografía derivada. Algunos testimonios tempranos ponen de manifiesto la desconfianza mutua, el maximalismo y las ganas de emociones fuertes, “jugar a los soldaditos”, escribió Azaña. Otros, como la crónica de Josep Pla, El advenimiento de la República, dejan en el aire curiosas reverberaciones que llegan hasta el presente: “¿Dónde están los grandes hombres políticos? Todos los que he tratado me parecieron una mezcla de inconsciencia y estrategia inmediata”.

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