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Coste beneficio

Se está utilizando un razonamiento muy conocido en el mundo económico para analizar la progresión de los planes de vacunación que pretenden aplacar primero y hacer desaparecer después, la epidemia vírica que estamos padeciendo en el mundo entero. Ahora bien, los factores de comparación no se esta realizando de forma habitual, relacionando las ventas y los costes, en cuanto a la generación del beneficio que se produce, sino que se está aplicando a las muertes de personas derivadas de la extensión total de la letalidad de un virus, convirtiendo los valores económicos en vidas humanas.

En la economía debemos valorar los costes y asociarlo directamente con los beneficios que se pueden producir en la transacción y por tanto dependiendo de las expectativas que podamos tener respecto a los beneficios que se producirán, asumiremos un coste u otro. Parece que en epidemiología, utilizar este argumento valorativo puede ser muy eficaz para entender cómo al fin y al cabo no se puede enfrentar a un objetivo de curación, sin que existan costes, medidos esta vez no en dinero sino en términos de fallecimientos de personas.

Por tanto, el dilema está en que podríamos llamar el índice de tolerabilidad que tiene que tener una comunidad humana, para aceptar como válido, la pérdida de vidas para conseguir el fin de sanar al mayor numero de personas que se puedan.

Supongo que, desde un punto de vista científico, si no es posible considerar como factor determinante la mortandad cero, siempre habrá fallecimientos y por tanto es una cuestión de un número. ¿Qué número es el que la sociedad toleraría de fallecimientos, por medida sanitaria adoptada? Si lo vemos como conclusión del razonamiento de un debate técnico, es obvio que si se produce un fallecimiento por cada millón de personas tratadas, no es nada si lo comparamos con centenares de fallecimientos a diario de personas que han sido afectadas por la enfermedad.

Por tanto ¿a qué viene todas estas disquisiciones mediáticas sobre los efectos secundarios de las vacunas?, poniendo a la población en un estado de alarma permanente, obligando a valorar si ponerse una u otra vacuna, para no dar la sensación de ser un imbécil al que se le puede engañar. Probablemente la respuesta la podemos encontrar en la altísima tensión comercial entre fabricantes de vacunas y los proveedores de sustancias para fabricarlas.

*Economista

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