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Joaquín Rábago.

¡No nos olvidemos del cambio climático!

El actual combate contra la pandemia del COVID-19 no debería hacernos olvidar que hay otro pendiente y de la máxima urgencia: el que debemos librar como humanidad contra el cambio climático.

Un fenómeno que está ahí para quedarse, que lo tenemos ante nuestros ojos, aunque como ocurre con la pandemia, muchos se empeñen en seguir escondiendo la cabeza debajo del ala.

Olas de calor, sequías, grandes incendios e inundaciones cada vez más frecuentes son otros tantos efectos del calentamiento del planeta y que hay que imputar sobre todo a la acción industrial.

Ni conviene olvidar tampoco que la actual pandemia y otras que sin duda vendrán se deben en buena medida a la invasión de hábitats naturales, que hace que las criaturas que allí viven y sus virus entren de pronto en contacto con el hombre.

Ni conviene olvidar tampoco que la actual pandemia y otras que vendrán se deben a la invasión de hábitats naturales, que hace que las criaturas que allí viven y sus virus entren de pronto en contacto con el hombre

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Hay quienes tratan de minimizar el cambio climático y argumentan que no hay que preocuparse porque se encontrarán soluciones tecnológicas para atajarlo: por ejemplo las que consigan reducir nuestra dependencia de las energías fósiles.

De igual modo que políticos y las empresas que más contaminan tratan de convencernos de que nuestro comportamiento individual – por ejemplo el hecho de viajar menos en avión o consumir menos carne- puede ser decisivo.

Sin negar esa realidad, no se puede ocultar que en torno al 70 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono generadas por el hombre tienen que ver con la industria de hidrocarburos y el modo de vida que ésa permite a la parte privilegiada de la humanidad.

Se busca, por otro lado, fiarlo todo al mercado, fijando, por ejemplo, un precio para los derechos de emisiones de CO2, sin poner en tela de juicio todo un sistema económico despilfarrador de recursos y basado en el crecimiento incesante y el consumo.

Se recurre al mismo tiempo a maniobras de distracción, y no es fortuito, como explica Michael E. Mann, profesor de ciencias de la atmósfera de la Pennsylvania State University, que lo hagan precisamente las propias empresas energéticas (1).

Mann lo compara con las tácticas del lobby de la Asociación Nacional del Rifle en EE UU, que trata de rehuir sus propias responsabilidades con el especioso argumento de que no las armas de fuego no matan, sino quienes las manejan indebidamente.

Los grandes consorcios petroleros y gasistas utilizan actualmente un guión parecido: el concepto de la “huella de carbono” que dejamos como individuos lo popularizaron en EE UU empresas como BP.

Esas empresas quieren que fijemos nuestra atención en lo que hacemos como individuos y no en lo que ellas hacen. Y si bien un cambio en los comportamientos individuales puede sus efectos, lo decisivo son las acciones colectivas y su repercusión en la acción política.

Por cierto que esas mismas empresas del sector de hidrocarburos que recurren a tales tácticas son las mismas que apoyan entre bastidores a políticos cuyos objetivos no tienen nada que ver con la defensa del planeta.

¡Hagamos, pues, caso a esos adolescentes que llamaron un día la atención del mundo sobre los peligros del cambio climático para su generación y las venideras y abroncaron a los políticos actuales por no hacer nada para frenarlo, y no nos dejemos engañar por los cantos de sirena de la industria!

(1) En declaraciones al semanario Die Zeit

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